Yo no soy de Artieda,
pero tengo un sueño.
En mi sueño bajo desde mi
casa en Jaca al río Aragón y desciendo en canoa por sus
aguas, rápidas pero amables, que me llevan río abajo. El
soto es alto y a mi paso me sobrevuelan, salidas de los
árboles, bandadas de garzas y aguiluchos y milanos y águilas
y aguilillas y martines y miles más. En mi sueño cruzo las
confluencias de los ríos Lubierre, Estarrún, Subordán,
Veral, Esca...y sigo bajando.
Al pasar a la altura de
Esco veo humo en la chaminera del albergue botánico.
Es pronto, pero preparan ya la comida para los holandeses
que fotografían orquídeas.
Llego hasta la
confluencia del Regal que por mi izquierda viene con poca
agua. Una pareja hace footing por el Camino de los
Arrieros, bajo los álamos. Me saludan. Desde este punto, los
álamos y los chopos crecidos apenas me dejan ver la fachada
acristalada del balneario de Tiermas, justo antes de pasar
bajo el puente que lo comunica con Ruesta.
El río baja ya muy
tranquilo, trazando amplios meandros, y me tengo que
esforzar más en remar que en sortear los rápidos.
Atraco la canoa junto al
antiguo corral de Martínez, hoy convertido en centro de
interpretación del parque cultural “Camino de Santiago - Río
Aragón”. No muy lejos el valle se estrecha y empiezan los
rápidos donde estaba la antigua presa de Yesa. Aún se pueden
ver las ruinas. Este sitio me recuerda a Jánovas.
Es el año 2080, y desde
que a principios de siglo derribaron la presa prácticamente
todos los sedimentos finos han sido removidos por el río. La
vega está llena de frutales y campos de cáñamo, que se usa
en casi todas las construcciones. Hay casetas para las
huertas y el paisaje es amable, aunque una densidad
demasiado alta de tendidos eléctricos lo afea un poco.
Aprovecho el momento para
darme un baño en el río Aragón. Salgo del agua empapado. Las
gotas sobre mi piel son lágrimas: lágrimas antiguas,
lágrimas con canas y arrugas, lágrimas de Parkinson y
Alzheimer, lágrimas del siglo XX.
En mi sueño hay un sol
que seca esas lágrimas. Un sol que brilla mientras el agua
canta, salta y murmura en sus remolinos ecos de antiguas
batallas, de pancartas y conciertos, de viajes y pegatinas,
de las que ya casi nadie se acuerda.
Yo no soy de Artieda.
Pero tengo un sueño.
|