Opinión
El Diario Montañés, 22-IV-2002
La nueva cultura del agua en España

Pedro Arrojo. Pte. de la Fundación Nueva Cultura del Agua y Premio Goldman 2003

El Premio Goldman, que el 14 de abril, tuve el honor de recibir en San Francisco (California), debe ser sin duda entendido como un premio colectivo a decenas de colegas, profesores universitarios y expertos, pero sobre todo a decenas de miles de personas que vienen levantando en España ese movimiento por una nueva cultura del agua que empieza a generar admiración en Europa e incluso a nivel mundial. Hay dos aspectos significativos que resaltar: el hecho de que este premio, conocido como el 'Nobel de Ecología', llegue por primera vez a España en el Año Internacional del Agua, y que este reconocimiento se haga desde California, hacia donde suele mirarse para hablar de modernidad en materia de gestión de aguas.
 

Durante las últimas décadas hemos propiciado un verdadero holocausto hidrológico en nuestro país, destruyendo ríos y humedales por doquier; hemos perdido miles de kilómetros de hermosas costas fluviales en nuestra España interior; hemos inundado cientos de valles y expulsado por la fuerza a sus habitantes; hemos envenenado nuestros ríos, talado bosques de ribera y transformado las márgenes de ríos y arroyos en vergonzantes vertederos. En suma, una nueva barbarie basada en un modelo de desarrollo insostenible que justifica la destrucción en nombre de un progreso mal entendido.

La nueva cultura del agua viene a proponer un gran pacto social y ambiental por la sostenibilidad de nuestros ríos, acuíferos, humedales e incluso ecosistemas marinos. El agua es el alma azul de nuestro planeta; luchar por su salud es luchar por una vida digna y sana para las personas que vivimos en este mundo y, sobre todo, para las generaciones futuras.

Que este premio llegue desde California supone retomar un hilo histórico perdido en el primer tercio del siglo XX. En efecto, a principios del pasado siglo, el regeneracionismo de Costa en España y el movimiento liderado por mormones ilustrados, como Powell en EE UU, plantaron las bases del moderno desarrollo hidráulico en el mundo, generando un liderazgo compartido y en paralelo tan espectacular como interesante. En 1902 se aprobaba en EE UU el primer plan público de grandes regadíos, mientras en España se lanzaba el Plan Nacional de Aprovechamientos Hidráulicos; no en vano la primera institución de gestión de una cuenca hidrográfica en el mundo sería la Confederación Hidrográfica del Ebro, pocos meses antes de que naciera la primera en EE UU. Hoy, un siglo después, con este premio, se reconoce una nueva referencia de liderazgo de la que nuestros movimientos ciudadanos pueden sentirse orgullosos.

España es el país con más embalses en relación a sus habitantes y superficie en el mundo. Proponer en este contexto, como prioridad del Plan Hidrológico Nacional, una nueva oleada de grandes presas y trasvases, unida a la tradicional expectativa de subvención pública masiva, supone frustrar nuestra cita con la historia y con el reto del desarrollo sostenible. Inundar pueblos en las comarcas de montaña, destruir los últimos ríos escénicos y salvajes o reservas biológicas como la del delta del Ebro, arruinando la ya deteriorada riqueza pesquera de las costas mediterráneas, no es el camino.

Es tiempo de acabar con la prepotencia, el autoritarismo y las políticas de enfrentamiento entre comunidades. La nueva cultura del agua que proponemos es una cultura de paz y de diálogo, más allá de las ideologías políticas. Quienes piensan que los planes hidrológicos deben imponerse a golpe de hormigón o 'paseos militares' se equivocan.

Es tiempo de asumir firmes compromisos de diálogo entre las instituciones, las personas y comunidades afectadas. En el caso de la gestión de aguas en España, ese diálogo estará sin duda alumbrado por las alternativas que desde la comunidad científica venimos proponiendo. Alternativas basadas en la buena gestión, en la conservación de nuestros ecosistemas y en la aplicación inteligente de las nuevas tecnologías. No olvidemos que perdemos más del 30% del agua en nuestras redes urbanas y que la eficiencia de riego apenas si llega al 50% en buena parte de nuestros regadíos; que permitir la contaminación de ríos y acuíferos implica perder esas fuentes y sabotear sus capacidades de autorregeneración gratuita; que seguir permitiendo la sobreexplotación de acuíferos y el desarrollo de nuevos regadíos ilegales no es impulsar el desarrollo, sino alentar el desgobierno y quebrar el futuro; que aplicar las nuevas tecnologías de desalación supone ya hoy un coste muy inferior al que implica trasvasar caudales a larga distancia (del orden del 50%).

Ése es justamente el sentido de este Premio Goldman: reforzar el valor del diálogo social frente al autoritarismo hidráulico y el valor de aplicar con inteligencia y prudencia las nuevas tecnologías en pro del desarrollo sostenible.

Asociación Río Aragón-COAGRET