Pedro
Lafuente y el agua
El
que tiene a su disposición una pluma o un micrófono
tiene una gran responsabilidad y debe decir las cosas
con mesura, detenimiento y conocimiento de causa. No
es así como parece que actúa el sr. Lafuente, que en
materia hidráulica es un inmovilista y más parece un
gárrulo que un comentarista.
Por
que una cosa es hablar de costumbres y tradiciones de
nuestros abuelos, y otra seguir arrastrando ideas
decimonónicas a las puertas del siglo XXI. En materia
hidráulica, el sr. Lafuente se ha quedado anclado en
el pensamiento de Costa y no ha evolucionado conforme
a los tiempos, en un momento en el que las condiciones
sociales y políticas nada tienen que ver con visiones
de la realidad aragonesa que más parecen de alpargata
y cachirulo.
La
eurodiputada del PP y vicepresidenta de la Comisión
Europea Loyola de Palacio ha dicho recientemente de
los regadíos aragoneses lo que ya todos sabíamos,
que son insostenibles, pues se mantienen gracias a las
subvenciones y a las multas que pagamos entre todos, y
que "en España poner más regadíos para plantar
remolacha, maíz o arroz no tiene ningún
sentido". Otros, como el sr. Lafuente, siguen
pensando que hay que seguir matando pueblos y valles
para que unos pocos se enriquezcan a costa de la
desaparición de sus conciudadanos, para que sigan
cobrando buenas subvenciones y sigan sacando una
“pasta gansa” con la hidroelectricidad, a costa de
sus vecinos montañeses. Habla que con los regadíos
se fija población en los pueblos del llano, como si
en la montaña no tuviéramos derecho a vivir y a
desarrollarnos como el resto de los aragoneses; cuando
además no es cierto, pues los que tienen la suerte de
pillar regadío en abundancia acaban yéndose a vivir
a la capital.
Y
sigue hablando de solidaridad, como si ya no hubiéramos
sido bastante solidarios con los de abajo (por otra
parte es el mismo argumento que utilizan en levante
para pedir los trasvases). Y si no, pregúnteselo a
los antiguos habitantes de Tiermas, Esco, Ruesta, el
valle de la Garcipollera, Búbal, Polituara, Saqués,
Lanuza, Jánovas, Lavelilla, Lacort, el valle de la
Solana de Burgasé, Mediano, Clamosa, Lapenilla,
Murillo de Tou ... O a los que están amenazados de
muerte como Sigüés, Artieda, Mianos o Erés. Dice
que se pague al tres por uno las tierras que se nos
resten, pero quisiera saber a cuánto cotizan los
recuerdos, los amigos y los vecinos, a cómo va el
kilo de cultura, patrimonio y tradiciones que se
pierde, la hectárea de paisaje que no podremos volver
a disfrutar, los familiares y amigos que quedaron atrás
y cuyas tumbas no podremos visitar.
Después,
para colmo de despropósitos propone vender esa agua a
Levante, un patrimonio que no es nuestro y que no
tenemos derecho a vender. Por no hablar de su ignonracia
supina cuando dice que el agua que llega al mar se
pierde. ¿Desde cuándo los ríos no tienen derecho a
llevar agua, a tener vida, y a llegar al mar donde
generan nueva vida? ¿Dónde ha quedado el ciclo del
agua que se enseñaba en la escuela?
Yo
sugeriría que se creara un nuevo deporte de aventura
que diera trabajo a las gentes de los pueblos
inundados: el pastoreo submarino. Consistiría en que
antiguos habitantes de pueblos inundados, provistos de
escafandras de buceo, enseñen, a rebaños de
capitalinos ávidos del morbo, sus pueblos bajo las
aguas.
¡Qué
grandes posibilidades de desarrollo tiene nuestro
Pirineo inundado, sí señor!
|