ARTIEDA
Para los ojos del
visitante interesado, hay algunos pueblos y comarcas
en Aragón que, por el patrimonio que atesoran, no
pierden nunca una cierta grandeza, a pesar de que el lánguido
presente solo evoque un pasado más próspero. Uno de
esos pueblos es Artieda de Aragón, un pequeño núcleo
cargado de historia que, a orillas de Yesa, juega una
partida de ajedrez con sus blancas piezas romanas
contra el oscuro recrecimiento del pantano.
Artieda de Aragón es
el primero de los pueblos del ramal Norte del Camino
de Santiago a la altura de Yesa afectado de cierta índole
por la inundación. Aunque no será inundado como Sigüés,
las aguas llegarán hasta los pies del pueyo donde se
ubica el pueblo, anegando sus tierras de cultivo más
fértil y sus riquísimos yacimientos arqueológicos.
Es éste uno de esos pueblos cuyo patrimonio resulta
espectacular por su cantidad en relación con el tamaño
del pueblo, su contraste en importancia con la actual
de la localidad y su diversidad histórica. Sus
yacimientos, veredas medievales, ermitas e iglesia
llaman la atención sobre él, y a poco que se lo
conozca evoca un pasado que remite a una constante
ocupación, hecho que permite a sus habitantes
considerarse directísimos herederos de sus
antecesores romanos, godos o pamploneses.
No obstante, quizá el patrimonio más importante que
posea Artieda sea el arqueológico. Varios
yacimientos, recogidos por Martín Bueno y Lostal en
sendas obras de síntesis sobre arqueología en Aragón,
dan a este pequeño pueblo un lustre milenario ahora
en peligro. Los mosaicos (hoy en el Museo Provincial
de Zaragoza), las villas, excavadas parcialmente,
algunas necrópolis y los sorprendentes restos de
columnas y capiteles jónicos que se encuentran
reutilizados en la ermita de San Pedro son restos de
sus pobladores romanos. Probablemente estos se
relacionen muy estrechamente con la calzada romana que
unía por la Canal de Berdún Iacca y Pompaelo,
vía que más tarde sirvió a los peregrinos hacia
Compostela sin dejar nunca de cumplir su función
comercial y social. A este contexto acuden los
yacimientos aparecidos en otros lugares de la zona,
como los relacionados con los baños de Tiermas de los
que hablaremos en el artículo correspondiente.
Así pues, las visiones reduccionistas, quizá con la
sana intención de simplificar el problema omiten, sin
querer claro, datos esenciales para quienes lo siguen.
¿Qué pasará en Artieda con el yacimiento del Campo
del Royo, con el del Forao de la Tuta o con el de
Villa Rienda, algunos de ellos sin excavar por
completo?, ¿Y con la necrópolis de la ermita de San
Pedro y con todos los posibles yacimientos (Biasuaso,
Vidiella, San Vicente…) que no se hayan excavado aún?.
Sigue creyéndose que el patrimonio histórico - artístico
sólo es eclesiástico o medieval, y a pesar de que
sea este el más promocionado, no se puede obviar el
muy rico legado romano de Artieda. Intentamos, empero,
que no parezca esta una postura exclusivamente crítica
y destructiva, y sólo queremos advertir de la
extraordinaria riqueza de pueblos como Artieda, en
cuyos campos hay restos muy importantes en la historia
de Aragón que no merecen menos esfuerzo que las
ermitas que se salvarán de las aguas.
Únicamente quisiéramos que aquel que decide a qué
piezas se indulta justifique su criterio para así
quedar tranquilos de que esta actuación no se trata
de un despiste, de una cortina de humo, de un
MacGuffin. Lo que esta cortina, de existir, ocultaría
es la realidad de un pueblo al que van a inundar sus
tierras de cultivo y su historia milenaria, al que van
a sitiar en su pueyo con las aguas, como si de unos
reclusos de Alcatraz se tratase, haciéndoles, incluso
involuntariamente, un lazo corredizo sobre sus
cuellos.
Población
fronteriza
Artieda desde la Edad
Media se explica en función de sus constantes cambios
de señor y la permanente relación con el cercano San
Juan de la Peña. No tenemos de época romana más
noticias que las arqueológicas y la primera mención
segura que tenemos de esta localidad es de 918, cuando
Sancho Garcés I de Pamplona cedió al monasterio de
Leire los diezmos de la villa. La localidad pasaría a
Aragón gracias la actividad de Ramiro I en sus
fronteras, especialmente la occidental. La campaña
que Ramiro emprendió en 1043 contra la parte oriental
del reino de Pamplona consiguió un considerable
avance de la frontera aragonesa hacia el Noroeste. Más
tarde llegó a un nuevo pacto favorable para él, en
1054, al respaldar a su sobrino Sancho IV de Pamplona
recién llegado al trono. Este colocó la nueva
frontera más al oeste tras la anexión de la ribera
del Aragón desde Mianos hasta Sangüesa y Aibar a
cambio de ceder Ruesta y Petilla. Poco habrá variado
Artieda desde la Edad Media, conservando su parroquial
de San Martín, con restos del siglo XII, y un plano
del caserío que será, en lo esencial, casi igual al
medieval.
Los yacimientos
arqueológicos
Recopilando los
materiales romanos de Artieda, encontramos, en el
siglo XVIII, la referencia del padre Traggia que nos
habla de un mosaico pavimental. En los años sesenta,
sendas prospecciones arqueológicas obtuvieron
hallazgos en las partidas Forao de la Tuta y Campo del
Royo, como restos de una construcción fortificada,
fustes, capiteles, cerámica y un mosaico con una
inscripción, según nos cuenta Lostal (Lostal, J.;
"Arqueología del Aragón romano"; Zaragoza,
I.F.C., 1980.). También hay materiales en las
partidas conocidas como Viñas del Sastre y Corrales
de Villarués, con restos de otro mosaico, y en
Rienda, donde existe una villa excavada parcialmente
que entregó dos mosaicos policromos, uno de ellos hoy
en Zaragoza. A todos estos restos hay que añadir los
restos de columnas capiteles y basas reutilizados en
la ermita de San Pedro, de época imperial
probablemente, y la necrópolis que se encuentra sin
excavar delante de la misma, y que asoma por el
terraplén del camino que pasa junto a ella.
Pueblo y
pobladores
Antes de comer, de
tertulia en la calle, se nota la indignación de los
vecinos de Artieda mientras me cuentan cómo van a
quedar tras el recrecimiento, arrinconados por las
aguas y desprovistos de su entorno de siempre, ese en
el que se han criado y con el que se han ganado la
vida. Y por supuesto, ese de los que fueron, como
ellos, pobladores de Artieda hace muchos siglos, y que
dejaron su huella en los campos del pueblo. Veo pues
que ahora ellos temen ser los últimos, los que
finiquiten una presencia bimilenaria en la localidad,
los que no puedan ya perpetuar a sus antepasados
porque quizá no tengan cómo aguantar en el pueblo. Y
veo que quizá haya algo más desgarrador que un
pueblo abandonado: la silueta del último vecino que
sale de él.
Publicado en
Heraldo de Aragón, 19-IX-1999. |