El
Pirineo y el llano han sufrido durante décadas los
rigores de una política hidráulica desacertada que a
pesar de inundar los valles y los pueblos de las zonas
donde el agua es más abundante, no ha resuelto las
carencias de las zonas con escasez de agua. Y es aquí
donde hay que ir para comprender la dimensión de términos
que tanto se manejan en estos días como sacrificio,
solidaridad y compensaciones. La montaña ha pagado ya
un alto precio por las obras hidráulicas requeridas
por una planificación agrícola que no ha tenido ningún
respeto por el desarrollo global del territorio.
Hay
dos zonas que son especialmente significativas de
aquellas que han sido castigadas por la construcción
de pantanos en el Pirineo aragonés. Me refiero al
curso medio del río Ara, donde se proyectó a
principios de siglo el embalse de Jánovas, y a la
zona occidental de la Canal de Berdún, donde se
construyó hace cuarenta años el embalse de Yesa. Éstas
representan todo lo que la construcción de un pantano
puede llegar a suponer para una zona habitada que
tiene un aprovechamiento medido (más o menos
eficazmente) de los recursos que la rodean, y cuya
aspiración, como la de cualquier comarca, es
prosperar.
En
el valle del Ara la pérdida que supuso el proyecto de
construcción del embalse de Jánovas fue tal que
todavía hoy el curso medio del río supone un
desierto dentro del valle. Apenas unos pocos pueblos
resisten en la margen derecha del Ara, aún a
sabiendas de que un impulso definitivo a la construcción
del embalse acabaría con todo su esfuerzo de forma
inmediata. En Jánovas el caso es especialmente
sangrante. Este pueblo, cuya morfología era, como en
muchos otros pueblos de la zona, bajomedieval por
completo, no sólo fue expropiado y desalojado (las últimas
familias hace veinte años), sino que además se
dinamitaron sus casas para que no pudiera existir
tentación alguna de volver a ellas. Con ello la pérdida
para el patrimonio histórico artístico fue
verdaderamente sentida.
Lacort,
donde se encontraba el último batán de tecnología
preindustrial de Aragón, fue igualmente desalojado y
sus casas sufrieron los rigores de la ausencia de
habitantes, es decir, un desmoronamiento casi biológico.
Pero mucho más graves aún fueron los efectos
colaterales. En el valle de la Solana, toda la vaguada
que se abre al Norte del Ara en esta zona, y cuya
salida natural se encuentra entre Fiscal y Jánovas,
justo donde se construía el pantano, casi diez
pueblos se vieron obligados a despoblarse porque el
proyecto condenaba sus tierras bajas de cultivo, su
salida natural y a sus vecinos más prósperos de la
ribera, Jánovas y Lacort sobre todo. El resultado de
este despoblamiento es no sólo la pérdida de la
fuerte identidad colectiva que este valle siempre
tuvo, sino también la condena a muerte de todas las
formas de patrimonio histórico-artístico que se
desarrollaban en el valle. El arte mueble, la
arquitectura religiosa, la arquitectura civil, el
habla, las romerías, el folklore, el patrimonio
preindustrial, la etnografía, nada de eso podrá
recuperarse nunca, porque aunque pudiéramos
reconstruir las casas, las iglesias, los caminos, nada
volvería a ser igual que antes, porque la tradiciones
con siglos de arraigo se vieron truncadas de raíz en
los años sesenta con el impulso al proyecto que ya
existía desde los años veinte.
En
el caso del embalse de Yesa la realidad, todavía hoy,
es más desgarradora aún. No sólo se abandonaron
pueblos que no iban a ser inundados por el pantano,
como Esco, Ruesta o Tiermas, sino que las actuaciones
para con sus habitantes fueron absolutamente mafiosas
e inhumanas. El desarraigo que el embalse produjo en
miles de personas que de allí tuvieron que salir, a
los que se trató más como a fugitivos que como a
abnegados ciudadanos solidarios (luego nos tenemos que
oír memeces de Ministros iletrados), es inexplicable
sin visitar los pueblos y conocer alas personas.
Un
pueblo como Tiermas, que era el segundo pueblo de la
Canal de Berdún a principios de siglo, y cuyos
balnearios eran famosos en toda España y parte de
Europa, fue mancillado de tal modo que nunca se
permitió a sus habitantes intentar recomprar las
casas que no se inundaron (es decir, la gran mayoría),
y a los nacidos allí ni siquiera se les permite tener
el nombre de su pueblo en el D.N.I. Bajo las aguas
quedaron varios kilómetros de Camino de Santiago,
puentes medievales y yacimientos arqueológicos desde
la época romana, callados ya para siempre.
Con
el recrecimiento, como si fuese un recazamiento, de un
estado que quiere sumar trofeos de caza, se inundarían
más kilómetros del Camino de Santiago, dos iglesias
románicas importantísimas, con sus respectivos
yacimientos arqueológicos medievales, un pueblo lleno
de casas señoriales y con un gran templo del siglo
XIV, y varios yacimientos romanos que nunca se han
excavado a fondo. Pero claro, si los pueblos que
fueron expropiados tanto en el Ara como en Yesa, que
son en la actualidad propiedad del Estado, son
integrantes del patrimonio aragonés, tienen Bienes de
Interés Cultural en su interior (Ruesta, San Juan de
Maltray), son ignorados incumpliendo malvadamente la
ley por el propio gobierno y sus delegaciones de
cultura, difícilmente podemos esperar un respeto de
su parte a lo que desconocen. Porque si la ignorancia
es muy atrevida, su matrimonio con el poder solo
consigue una prole degenerada y dañina.
Para
acentuar el efecto que la construcción de embalses
tiene sobre la vida de los valles, especialmente en el
Pirineo, quiero comentar el caso del valle de la
Garcipollera. Con la construcción del embalse de Yesa
fue necesario controlar los aluviones posibles
provenientes de los diferentes barrancos que vierten
al Aragón aguas arriba del pantano. Uno de los ríos
de mayor aforo potenciales el Ijuez, que discurre por
el valle de la Garcipollera, desde su nacimiento hasta
Castiello de Jaca. En el valle existían cinco
pueblos, Bescós, Villanovilla, Acín, Yosa y Larrosa,
que fueron igualmente expropiados y desalojados en
cada caso para dejar el valle desierto con objeto de
construir en él unas presas de contención para las
avenidas del Ijuez. El resultado es un valle
despoblado, sin apenas comunicación rodada posible a
su parte alta, con varias iglesias románicas en sus
respectivos pueblos y quizá la más importante pieza
del románico aragonés, Santa María de Iguácel,
restaurada pero abandonada al fondo del valle, difícilmente
visitable y expuesta a cualquier agresión del hombre
o la naturaleza. Y la Garcipollera está a cuarenta
kilómetros de Yesa.
Nadie
puede intentarnos "vender" que los efectos
colaterales de la construcción de un embalse no
existen, o que se compensan con los beneficios, o que
se arreglan trasladando ermitas o compensando a los
desalojados económicamente. Porque la pérdida de
cada inundación es de todos, porque el Estado debería
compensar a los de Teruel por el patrimonio que
aniquila en Jánovas, porque el Estado incumple la ley
que él mismo promulga. Porque, aunque rehabilitemos
esos pueblos, ya se habrán perdido para siempre.
Nadie tiene derecho, ni mucho menos un arrogante e
ignorante ministro, ni los maniqueos "reyes
taifas" del Levante, correligionarios de aquél,
a llamar insolidario a un pueblo que ha perdido tanto
y ha admitido tales hipotecas para que otros se
enriquecieran. Las compensaciones sugeridas por los
necios sólo sirven a los necios. |