Ruesta
En la frontera
de Aragón con Navarra, la localidad de Ruesta ha pertenecido a lo largo
de la historia a los dos reinos y ha sido, desde su fortaleza hoy casi derruida,
uno de los puntos clave en el control territorial de ambos. Fuertemente vinculada
al Camino de Santiago, con dos importantes monasterios, San Jacobo y San Juan,
o el recuerdo de su importante comunidad judía, el pueblo, tras cuarenta
años de abandono, se encuentra en un curioso estado entre el olvido
y la rehabilitación que ni evita uno ni consigue la otra.
Por el Camino
de Santiago desde Artieda, Ruesta se nos presenta por sorpresa, con la atemorizante
silueta de las ruinas de su castillo recortándose contra el cielo y
abriendo a sus pies el barranco que la hace inexpugnable por el Norte y Oeste.
Atesora tantas manifestaciones histórico artísticas y tan diversas
en el tiempo y en su carácter que resalta mucho más la parte
más reciente y desafortunada de su historia, la que la ha llevado a
su actual y lamentable estado.
Renqueante, mermado y descarnado, su caserío tiene de casas del siglo
XV y XVI llenas de personalidad, que junto con la fortaleza y la imponente
iglesia, quizá del siglo XVI, le dan carácter al pueblo, desparramado
hacia poniente por la ladera. Además del caserío, sin embargo,
hay otras piezas de interés. Junto al pueblo hay otras tres construcciones
que merecen ser vistas despacio, y que, no obstante, son menos conocidas de
lo que debieran. Ocultas en el barranco y alejadas de la carretera, se trata
de las ermitas, antiguos monasterios con origen en el siglo X, de San Juan
Bautista y San Jacobo, y los restos del puente medieval que salvaba el riachuelo
en el camino hacia Undués. Sobre las dos primeras hablamos en el recuadro
aparte. El puente, como la mayoría de los puentes medievales de Aragón,
tiene difícil datación pues, como a menudo, no ha podido confirmarse
documentalmente y las técnicas constructivas tampoco ayudan definitivamente.
Justo es empero avisar que, tras haber perdido la parte alta desde las pilastras,
ha sufrido una restauración con un criterio más que discutible
que le confiere un aspecto de pasarela veraniego - coyuntural que no le hace
ni la menor justicia. Al abrigo de estas construcciones y de la fortaleza
queda la importancia de Ruesta en la Edad Media, que le hizo pasar del reino
de Pamplona - Nájera al de Aragón repetidas veces. Vemos no
obstante cómo en este siglo, lejos de los grandes momentos de Ruesta,
no parece haber lugar para los razonamientos de calidad. Implacablemente las
ermitas serán trasladadas, como una oficina de turismo, a un lugar
donde se puedan contemplar sin problemas, separándolas de su enclave
original a causa de una obra muy polémica. Entre tanto, quién
sabe si no sufrirán una restauración que tememos podría
usar unos criterios que las transformarían, lo sean o no, en paradigma
del románico aragonés con más intención de obtener
un bonito reclamo que de respetar un monumento de importancia capital, como
ya ha sucedido en esta tierra (San Úrbez de Basarán, en Formigal).
Ruesta, el casco urbano, su caserío, no será indultado. De no
restaurar la fortaleza, que amenaza ruina pese a ser Bien de Interés
Cultural, puede perderse de un momento a otro. En la orilla de la carretera
un buen número de casas fueron arrasadas para hacer un aparcamiento
para los turistas o los clientes del albergue. Los dinteles de puertas y ventanas
o los arcos de las entradas principales de las casas han sido arrancados poco
a poco hasta no quedar casi ninguno. Un almacén se ha apoderado de
la iglesia y no puede visitarse. Inevitable, el olvido ha venido a este pueblo,
como a tantos, con los malos razonamientos. Sin duda ahora la grandeza perdida
de Ruesta, en lugar de recibir una rehabilitación de justicia, quedará
escondida bajo la alfombra de una intervención demagógica.
San Jacobo de Ruesta y San Juan de Maltray
De San Jacobo
conocemos su cesión por Sancho Ramírez en 1087 a la abadía
de Selva Mayor en Burdeos, aunque el monasterio perteneció después
a la cercana abadía de Leire. Se trata de un edificio construido en
dos fases, la primera hacia 1030 - 1040 en la que se haría una iglesia
de una nave y testero recto cubierta con madera, y la segunda, ca. 1087, en
la que se ampliaría el edificio hacia los pies y se cubriría
con bóveda de medio cañón; a esta segunda fase corresponde
la escultura. De San Juan, que tuvo propiedades en la comarca pero también
en los alrededores de Nájera, sabemos que en 928 debió de ser
consagrada una iglesia desaparecida. La iglesia actual, conservada en muy
mal estado, es del siglo XII con nave rectangular cubierta con techumbre de
madera (que amenaza ruina) y ábside semicircular cubierto con bóveda.
Sus frescos románicos fueron arrancados hace años y están
hoy en el Museo Diocesano de Jaca, y los canecillos del ábside están
desaparecidos. Ambas están al pie del Camino de Santiago y sus entornos
son un yacimiento arqueológico que se perderá cuando las ermitas
se trasladen y esas tierras se inunden, si no se mejora la intervención.
Su Historia
Este lugar debió
de ser muy tempranamente conquistado a los musulmanes, y ya en el reinado
de Sancho Garcés I de Pamplona aparece entre sus propiedades. En la
partición del reino por Sancho el Mayor entre sus hijos, Ruesta quedó
para García de Nájera, pero la agresiva política de Ramiro
I en la frontera occidental le hizo recuperarla en 1054, aunque seguidamente
se la cedería, con Petilla, como prenda a su sobrino Sancho IV, recién
subido al trono pamplonés, a cambio de otros territorios. Con la unión
de los dos reinos a la muerte de éste en 1074, Ruesta volvió
a dominio aragonés, del que ya no salió sino como cesión
de señal en concepto de la alianza entre Aragón y Navarra, en
1190, contra Castilla. Entre quienes tuvieron la fortaleza, están,
en el siglo XIV, los judíos de la villa. Esta, que podría ser
del siglo XIII o XIV, recuerda mucho a la de Sádaba por sus torreones
rectangulares y requiere una consolidación y restauración de
urgencia.
El estado
actual
En Ruesta sigue
habiendo algún habitante, puesto que la C.G.T. tiene en cesión
el albergue y es necesario que alguien viva allí de continuo. Empero,
no es suficiente para mantener el pueblo, y pese a algunas actuaciones en
el edificio del albergue y sus alrededores, la imagen general es desoladora.
La iglesia, renacentista, rotunda y muy interesante en contraste con tanto
arte medieval está tristemente tornada almacén, en lugar de
tener un mejor trato. Las calles se difuminan entre ruinas de casonas que
aún se pueden salvar. Esperemos que Ruesta, con pantano o sin él,
tome mejor camino, y sus propietarios se den cuenta de que el dueño
de la memoria colectiva es el pueblo que se vincula a ella, y el propietario
legal se debe en primer lugar a él, y no a sus intereses.
Publicado en
Heraldo de Aragón, 3-X-1999.
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