Ángel Gayúbar. Santaliestra.
Estaba enferma desde hace tiempo,
aunque nadie esperaba que el fallecimiento llegara tan de repente.
Había estado días atrás ingresada en el hospital pero le acababan
de dar de alta cuando, repentinamente, volvió a sentirse mal pocas
horas antes de fallecer. María Campo murió en la madrugada del
pasado 27 de abril y fue enterrada el día después en esa
Santaliestra de la que se convirtió, bien que a su pesar, en un
símbolo de la oposición al pantano que se pretendía construir en
la localidad.
De personalidad desbordante, María
se distinguió como una tenaz opositora al embalse proyectado en
Santaliestra porque entendía que su construcción acarrearía la
ruina total de la localidad e, incluso, su despoblación en muy
poco tiempo. Y vivió un capítulo especialmente amargo cuando fue
condenada - en diciembre de 2000- por haber lesionado a un miembro
de los grupos rurales de la Guardia Civil en uno de los muchos
momentos conflictivos que se sucedieron en el pueblo durante los
largos años que antecedieron a la desestimación definitiva del
proyecto.
La condena la convirtió en una
heroína entre los colectivos que luchaban contra nuevos embalses
en el pirineo y quienes propugnaban una nueva cultura del agua que
ahora comienza a esbozarse. Ya entonces estaba enferma del corazón
tras una vida de duro trabajo en las tierras de su Aguilar natal y
en la vecina Santaliestra, donde creó su hogar. Famosa en la
comarca de la Ribagorza por la calidad de las cerezas que bajaba
al mercado de Graus y por su habilidad para recolectar setas
–después de peinar infatigablemente kilómetros y kilómetros de
terreno en compañía de su marido- en temporada, la fama no deseada
le llegó tras un juicio en el que se le acusaba de causar lesiones
a varios miembros de los grupos rurales de la benemérita que
habían acudido, en septiembre de 1999, a disolver una
concentración no autorizada.
Se le imputaba en la causa ocasionar
lesiones como un pinzamiento lumbar, la torcedura de un dedo de
una mano, lesiones erosivas en un pie, contusiones por golpes y
otras agresiones a varios miembros de los grupos rurales de la
Guardia Civil. María, que contaba en ese momento con 73 años y que
ya por entonces presentaba un cuadro clínico muy delicado, sufrió
en el incidente la dislocación del hombro y diversos hematomas,
así como una crisis cardiaca. Su imagen, corajuda y decidida pero
ciertamente desvalida por su edad y estado de salud, no cuadraba
con las lesiones que se le imputaron y la desproporción entre su
figura y su presunta fiereza contribuyó a hacer de ella un icono
en el movimiento anti-pantano. Su decisión y arrojo, que le llevó
a declarar “he luchado siempre y seguiré luchando hasta la última
gota de sangre porque me duele en el alma que nos vayan a enrronar
con un pantano", convirtieron a María Campo en la personificación
de la voluntad de las gentes de la montaña de defender su
territorio y sus expectativas de futuro.
Su imagen cobró entonces una relevancia insospechada y fue objeto
de diversos homenajes que agradeció siempre en nombre de todo el
pueblo de Santaliestra. Y se mostró siempre como un referente de
entrega y energía a pesar de su corazón debilitado. “Nos han hecho
mucho daño y estamos escocidos; a mí me han destrozado toda la
finca, me han deshecho las acequias de regar, me han arrancado los
árboles y estoy muy agraviada”, reconocía hace unas semanas María,
que vio hasta sus últimos momentos desde la ventana de su casa sus
huertas arrasadas para realizar unos sondeos que fueron declarados
ilegales tiempo después.
Pero también se convirtió en un
referente de optimismo y entrega cuando los ánimos de sus
convecinos flaqueaban tras 11 años de oposición a la maquinaria de
la administración. Su entrega fue recompensada hace unas semanas,
cuando se conocía la desestimación oficial del pantano y la
alegría se desbordaba entre los vecinos de Santaliestra. Ella se
alegró como el que más, pero no pudo celebrarlo con la energía que
le hubiera gustado por su delicado estado de salud. Aún así, tuvo
fuerzas para realizar unas declaraciones que ahora suenan como un
epitafio: “ya me podré morir tranquila porque estaba sufriendo por
el panorama que les íbamos a dejar a nuestros hijos”.
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