Porqué
escribo:
Cuando escribo esas cosas tan largas, en principio lo hago
para mí mismo, como terapia personal frente al autoritarismo
hidrológico imperante desde hace muchas décadas, con Franco
o si él, que todavía tenemos que seguir padeciendo por parte
de una clase política poco ilustrada en el tema y de una
Administración del Estado centrada exclusivamente en la idea
del aprovechamiento sin límite de los ríos, como hacemos con
el petróleo, hasta que se agote, que siempre ha aparentado
estar más al servicio del poder político de turno que del
bien hacer. Es el poder político quien la dirige y utiliza a
su provecho, a su vez altamente mediatizada por el poder de
los grandes intereses económicos del país, al que se
doblegan todos, políticos y Administración; no me cabe la
menor duda de que es ese poder quien en realidad marca las
pautas de los grandes planes de obras, que es a lo que se
reduce siempre la quinta esencia de nuestras
planificaciones.
Llevamos años de experiencia viendo cómo esos poderes
prescinden de todo argumento científico cuando no les
conviene, y cómo lo utilizan para disfrazar ante la sociedad
sus proyectos de progreso, de necesidad, de interés general
y de decisiones tomadas por los ciudadanos a través de sus
representantes, la clase política y otras burdas formas de
pseudoparticipación que son auténticas farsas.
Esa profanación de la democracia la digiero mal, como
tampoco digiero la frivolidad con la que nos organizan el
gasto público, promoviendo y aprobando alegremente proyectos
mal diseñados, chapuceros, bajo cajones de voluminosos
informes que tratan de justificar desde un aparente rigor,
desde el análisis de alternativas y la exquisita previsión,
proyectos que acaban siempre costando tres veces más de lo
previsto y que luego, una vez ejecutados, la gente a veces
no los quiere o no llegan a funcionar para el fin que fueron
justificados, por haber sido mal diseñados, a golpe de
oportunismo.
Hay una larga serie de proyectos millonarios que tras haber
corrido esa suerte, no ha pasado nada. El canal del trasvase
Xerta a Calig, la acequia de Sora, la presa de Riaño, la de
Itoiz, la de El Val, el gran embalse de La Serena, el
trasvase del Jalón a la Tranquera, el del Matarraña al
embalse de Pena, el del Ega al Zadorra, o aquel
supermillonario plan de emergencia de medidas para paliar la
sequía general de principio de los noventa, son sólo unos
pocos ejemplos de una larga lista, que ponen en evidencia
una política de gastos alegres, con proyectos fruto del
juego, la improvisión y el capricho, y de los intereses
organizados con los que hacen su agosto.
Tolero mal ese desprecio olímpico que se hace desde el poder
político en connivencia con la Administración, al elemental
principio de precaución y al empirismo del saber científico,
que es la labor a la que he dedicado toda mi vida, pero que
al final he constatado que no ha servido para nada más que
para mantener entretenidos a unos muchachos que ni siquiera
van a tener la oportunidad de trabajar en lo que han
estudiado, ni en ninguna otra cosa similar o no, porque
nadie ha querido plantearse en su momento si su formación
era necesaria ni en qué mesura, convirtiendo la universidad
y el gasto que supone mantenerla, en una especie de gran
guardería de chicos mayores, que están mejor recogidos,
entretenidos y controlados en la universidad, que libres y
ociosos en la calle, sin colocación ni perspectivas.
Hoy sabemos que el paro laboral en la juventud por debajo de
lo 25 años en edad de trabajar supera el 40%. Esto es un
fraude generacional del sistema. Esto si que es un problema,
y no los trajes del presidente del gobierno del País
Valenciano y otras absurdas discusiones políticas y
mediáticas, diseñadas para el entretenimiento social o para
ganar imagen frente al adversario pensando siempre en su
efecto electoral, que nos tiene aburridos. ¡Que la Justicia
siga su curso, y que los políticos y los medios dejen de
distraernos entrando al trapo de lo superficial y afloren
realidades más profundas!
Tolero mal cuando altos representantes de la Administración
-que no representan a nadie más que al dedo del Presidente
que lo designó-, se atreven a calificar de ecologistas
radicales a funcionarios del ministerio del Medio Ambiente
por cometer el pecado de cumplir con su labor, desde un
puesto de trabajo ganado en una oposición en la que tuvieron
que demostrar su cualificación; los insultan y acusas
públicamente por no someterse a lo que ellos llaman la
“lealtad política” del funcionario.
Igual juicio les merecen los ciudadanos libres que, dotados
de una mínima sensibilidad y cordura frente al atropello a
las arcas, al patrimonio natural del país, a sus gentes, y
al dispendio económico que representan determinados
proyectos planteados tan a la ligera, que ejercen su derecho
y cumplen con su deber de discrepar cuando así deba ser,
exigiendo un mínimo de rigor y coherencia.
Haría falta mucha más gente radical, capaz de ir a la raíz
de los problemas, como esas personas a las que así se les
acusa porque resultan incómodas para el sistema. Para ellos
son unos “fundamentalistas”, fanáticos de su causa, que es
la honestidad. Ignoran que no hay gente más fundamentalista
que aquellos que todo lo justifican en nombre del socorrido
talismán/coartada del progreso, un progreso que para ellos
no necesita definición ni demostración alguna, que basta con
enunciarlo e invocarlo. Por eso, no les preguntes qué es el
progreso, que te dirán: “Hombre, el progreso es el
progreso”. Ya, pero ¿progreso en qué? Y te volverán a decir
“Pues su propia palabra lo dice, ¡progreso!” Y de ahí no les
sacarás. Eso si que es fundamentalismo. Hay mucho más
fundamentalismo hidrológico del que pensamos; el tópico
trasnochado del regadío como futuro del país, y en nuestro
caso de Aragón, es uno de esos fundamentalismos deliberados
como coartada ante la sociedad.
Cuando escribo largo, como ahora, estoy pensando también en
que a alguien le puede interesar investigar en nuevas formas
de mirar, reflexionar y entender los conflictos del agua. En
este caso concreto escribo largo y de manera especial para
todos nosotros, los del Yesa NO, con la intención de
enriquecer nuestra batería de criterios y argumentos, y
mantener altos nuestros ánimos.
No podíamos imaginar que…
En el caso de la oposición al recrecimiento del gran embalse
de Yesa y de otros muchos proyectos también, a lo largo de
estos años hemos utilizado el discurso científico y técnico,
y también el recurso a la Justicia. Lo hemos hecho bien, con
solidez, a base de mucho esfuerzo y generosidad. De hecho,
ha habido situaciones en las que hemos puesto a la
Administración y a esos poderes interesados contra la
cuerdas; pero los resultados al final han sido pobres,
raramente hemos ganado un combate, porque siempre les ha
librado la socorrida campana de un juez, que encima les ha
dado una mal disimulada victoria a los puntos. Nos hemos ido
dando cuentas de que las lógicas por las que se rigen la
Administración, los Gobiernos promotores de esos proyectos y
los jueces, a la hora de aprobarlos y legalizarlos, son
otras.
No podíamos imaginar el desprecio que hay al razonamiento
científico, sea hidrológico, económico, ambiental, ecológico
cultural o jurídico, da igual. No podíamos tampoco imaginar
el nivel de complicidad de la Administración promotora con
determinado mundo de intereses, ni la falsedad de las
instituciones medioambientales, nacidas no tanto para velar
por la integridad y respeto a los valores naturales −como
elementos que configuran la personalidad de los territorios,
la funcionalidad de los ecosistemas, el valor metafísico de
la belleza, el paisaje como patrimonio y los derechos de las
generaciones venideras,…− como para evitar que esas figuras
alegremente enunciadas y con frecuencia perversas del
interés general y del progreso, lleguen a prevalecer por
encima de esos valores, por mucho que la retórica del
legislador los incluyera un día como fundamentales e
inviolables.
Los legitiman a través de las pertinentes declaraciones
positivas de impacto ambiental, con informes caros y
descomunales de los que vive un determinado sector,
dispuesto siempre a demostrar lo que se les pida, con la
misma legitimidad y moral que lo hace el abogado que
defiende a su cliente a sabiendas de que es un criminal. Hay
todo un sector del mundo científico y técnico que concibe
así su labor. Si sale algún funcionario respondón, al que le
cuesta someterse al juego, se le acusa de “ecologista
radical” desde la vieja táctica de matar al mensajero.
No podíamos imaginar el nivel de indolencia social y de
manipulación colectiva que en los temas del agua se practica
desde publicidad mediática de encargo y a través de los
propios medios y resortes del aparato político y de la
Administración. No podíamos imaginar a los medios tan
proclives a no destapar atropellos que a todos nos parecen
evidentes, que incluyen la frivolidad en el gasto público y
la privatización del territorio, dando una de cal y tres de
arena, incapaces de articular un debate social bien
organizado, ponderado y solvente. Los medios, al fin y al
cabo, son una empresa nacida con la perspectiva de ganar
dinero; atienden bien a quien les paga, siempre preocupados
en ganar audiencia o lectores, exponiendo lo que el público
quiere ver, oír y leer. Hoy en día se hace publicidad de
todo, empezando por la prostitución, que ocupa páginas
enteras de anuncios.
Tampoco pudimos imaginar el papel de la Justicia, incapaz de
perseguir por sí misma en estos temas al presunto infractor,
ni tan escasamente sensible a los problemas del agua y de
medio ambiente en litigio, dando la impresión de que vive
estancada en el cliché del ecologista como extorsionador del
progreso, romántico, cavernícola, fundamentalista, etc., y
en ocasiones ligado con los grupos desestabilizadores de la
“buena” marcha del país, incluso a la violencia terrorista,
como manera de asociar esa peyorativa imagen a todo el que
denuncia irregularidades y atropellos, que en general es
gente buena, pacífica, responsable y muy generosa.
Los jueces acaban justificando sus decisiones en base a ese
interés general referido, decretado un día con la mayor
alegría por un gobierno o un parlamento, ignorando la
frivolidad, los chalaneos, incluso la perversidad con la que
se hicieron, lavándose las manos, evitando complicaciones
mayores con el poder político y con el propio
corporativismo.
Nunca pudimos imaginar el coste económico que llegaría a
suponer el simple ejercicio del derecho a defenderse de los
abusos y atropellos de la Administración, ni los avales
necesarios para poder detener un proyecto ya condenado, pero
empeñado en seguir adelante, en una auténtica lucha de David
contra Goliat, a costa de las limitaciones del pequeño
bolsillo del ciudadano frente a las arcas sin fondo de la
Administración del Estado. Ya se sabe que a la hora de hacer
justicia es el dinero el que cuenta, porque la Justicia es
tan farragosa y tan interpretable, tan subjetiva y con
tantos recovecos y trucos, que es preciso buscarse un “buen
abogado”, que es sinónimo de minutas desorbitadas, lo que
unido en caso de no ganar los pleitos a la condena del pago
de unas costas descomunales, deja a los ciudadanos en
indefensión fáctica. Esa es la realidad y la mafia de guante
blanco del llamado estado de derecho.
Se ha hecho lo que había que hacer:
Pese a todo, en estos años hemos hecho lo que teníamos que
hacer, si bien los resultados han sido pobres; en todos los
frentes han estado muy por debajo de lo esperado, léase
Riaño, Itoiz, Melonares, Castrovido, Mularroya, Los Fayos,
Santaliestra, Biscarrués, traída de aguas a Zaragoza,… y
ahora Yesa.
Sería ingenuo a estas alturas creer que un día logramos
paralizar el trasvase del Ebro; aquel aparente triunfo era
una jugada del electoralismo político al que le venía bien
apoyarse en el clima de racionalidad y de protesta social
contra “la derecha”, que nosotros abanderamos en aquellos
años, con el aval científico y la generosidad de un grupo de
profesores universitarios de prestigio humano y de honradez
incuestionables, no sujetos a ninguna disciplina de partido.
Más allá de las obligadas formas de los primeros meses del
nuevo gobierno, el de Zapatero, y el gesto de derogar el
trasvase del Ebro de la Ley del PHN, nada cambió. El grueso
de las cosas por las que nos debatimos siguieron en pie,
como ocurrió con los impresentables Planes Hidrológicos de
cuenca, el Pacto del Agua de Aragón, y otros trasvases de
menor envergadura, elaborados todos ellos sin el menor
rigor, a golpe de intereses electoralistas, por aquello del
famoso “París bien vale una misa” que justificó el monarca
francés. ¡Gobernar o ganar cuotas de voto y poder, bien
valen un embalse, dos o tres, o un trasvases si ese es el
precio!
Ni en la actitud de la Justicia ni en los medios hemos
conseguido lo que aspirábamos. Y en la acción política con
posibilidad de cambiar las cosas hemos cambiado nada ni
esperamos milagros. Pero hemos hecho lo que había que hacer,
y de algún modo todo eso en su día tendrá sus frutos, porque
hemos conseguido otras muchas cosas. Ahora, lo que hay que
hacer es diferente.
Lo que hemos conseguido:
Lo que sí hemos conseguido en este tiempo es que sacar
adelante un proyecto de embalse no sea ya motivo de orgullo
ni aplauso per sé para la Administración ni sus promotores.
Hemos logrado que tengan que pasar su vergüenza, soportar
acusaciones, pasar por los tribunales de Justicia, recibir
críticas solventes y hacerles merecedores de un desprestigio
que ahí queda, para ellos; si bien es un triunfo
contrarrestado por la escalada que ha habido en este tiempo
por la pérdida del pudor y la vergüenza.
En Yesa hemos sembrado el miedo al desaguisado y a la
posible catástrofe; el miedo a saber que si pasa algo podrán
ser acusados de que ya estaban avisados; esto ha supuesto
una ganancia en la seguridad del proyecto, gracias a unas
descomunales inversiones inicialmente no previstas, que van
a triplicar el coste final del proyecto, una realidad que
siempre jugará a nuestro favor Hemos logrado sacar a la luz
el atropello a valores patrimoniales de cultura e historia
de la vieja Europa, con la denuncia de la sepultura bajo las
aguas de un tramo cercano a los 20 kilómetros del Primer
Camino Cultural de Europa y Patrimonio Mundial de la UNESCO,
el Camino de Santiago.
Sobre todo, lo que hemos conseguido es dilatar la ejecución
del proyecto, de forma que ahora, gracias a la crisis
económica que padece el país es más escandaloso justificar
una inversión tan alegre, de esa magnitud y de esa
incertidumbre, ni semejante agujero ni sangría económicos
como la de este proyecto y durante muchos años, cuando entre
tanto hay necesidades de las personas que atender que son
mucho más perentorias, y el gobierno anda recortando gasto
público allí donde puede. Aquí tiene un buen bocado que dar,
como lo tiene en Biscarrués, en Mularroya, etc., todos ellos
proyectos esencialmente fruto del juego y el empecinamiento
políticos.
Lo que hemos aprendido:
El camino recorrido en estos años nos ha enseñado muchas
cosas que hay que empezar a poner en práctica. Obviamente,
el discurso científico técnico está agotado, porque hemos
dicho lo que había que decir, y no hay más ciego que el que
no quiere ver. Sabemos que en ese sentido, ante cualquier
tesis en contra que se pueda argumentar, tanto el Gobierno
central como los autonómicos proclives a estos proyectos,
presentarán siempre los informes técnicos que hagan falta,
más voluminosos, con mas “santos” (gráficos, mapas, cortes y
esquemas de colores) que los nuestros, que demuestren lo
contrario. A la sociedad ese tipo de debate no le llega, ni
su fuerza argumental es capaz de movilizarla.
Los jueces, lógicamente se pierden ante semejante tipo de
información, obligados como salida a dar más crédito a los
estudios de los ejércitos de técnicos y del poderío de
medios presentados por la Administración, que a los
periciales de uno o dos profesores de universidad, que ni
siquiera tienen acceso a determinados datos, sospechosos
ellos también de ser “ecologistas”.
Pese a todo, la acción judicial continua abierta; seguimos
presentes en los pocos frentes que van quedan abiertos, si
bien desde una situación económica agónica. Nos consolamos
con clásico dicho “mientras haya vida, queda la esperanza”
aunque sea la de un milagro”, el milagro de la resurrección
del sentido común.
Lo que habría que hacer de ahora en adelante:
En ese lamentable contexto general, mi opinión personal es
que hay que emprender una nueva estrategia, elaborando
nuevos discursos dirigidos a la sociedad basados en la
denuncia de la inmoralidad general de este y de otros muchos
proyectos, vinculados a la crisis económica actual y a la
falta de credibilidad general en políticos, jueces y
gobernantes, de manera que dejen de ver el proyecto del
recrecimiento de Yesa como un asunto local de unas pocas
personas afectadas, ni tampoco el de unos ecologistas
radicales, sino como un problema propio, y como un mal
generalizado y crónico del país que va más allá de lo
hidrológico.
El sector más duramente castigado por la crisis económica,
los pequeños empresarios y las familias sin ingresos, no
puede permitir que se hagan derroches tan millonarios cuando
hay prioridades sociales como la suya, que atender. Tienen
que ver la pertinencia de reclamar al Gobierno central y al
autonómico que en esas inversiones millonarias absurdas y
frívolas hay una fuente muy importante de fondos al servicio
de los verdaderos problemas, como el suyo, y que se dejen de
políticas de recortes del tipo del chocolate del loro, ni de
las que tienen que pagar justos por pecadores.
Hay que impulsar a posibilidad de una movilización general
difundiendo ese discurso y esa idea entre los afectados por
esa situación y entre la gente solidaria. Hay que hacer ver
que lo de Yesa es mucho más que un caso particular de unas
gentes de la Canal de Berdun, y más que una cuestión
hidrológica, es un botón de muestra de un Aragón privatizado
a trocitos (ríos, ibones, alta montaña, horizontes,
Monegros, autopistas, espacios periurbanos, etc.), que están
despersonalizando y expoliando sin orden y con escasa mesura
los elementos esenciales de su propia identidad, en aras de
un progreso que lleva camino de convertirnos a todos en
usuarios y clientes obligados en nuestra propia tierra de
una gran empresa, ARAGÓN S.A.; que como todas, con el tiempo
acabará absorbida por una multinacional, como pasó con
Endesa, hoy mayoritariamente italiana, y como pasarán
probablemente también Iberdrola y Fenosa, tres grandes
emporios económicos a escala de país, y los tres grandes
dueños fácticos de nuestros ríos junto que unos pocos
grandes sindicatos de regantes.
A esos sindicatos no les negamos nada de lo que ya tienen,
que es la gran tajada del pastel hidrológico de Aragón,
incluido una parte del hidroeléctrico. Lo que queremos
decirles es que las migajas que entre unos y otros han
dejado pertenecen a los ciudadanos, a la oferta de belleza
natural, al patrimonio del paisaje y la identidad de esta
tierra, a su oferta lúdica y a los derechos de las
generaciones venideras. Les decimos que dejen contemplarlos
como el punto de mira de sus nuevas conquista, y menos aún a
costa de una gran inversión económica de las arcas públicas.
Hay en este, necesidades más urgentes y mejores destinos
para ese dinero
Hoy, estamos viendo desde la indolencia cómo Endesa ha
empezado a pagar muy muy generosamente cada mes los valiosos
servicios de asesoría de alguien que fue presidente del
Gobierno, que conoce muchos entresijos, presidente honorario
de su partido, que cobra también generosamente del Estado
por una supuesta vinculación postpresidencial a su
compromiso de defender los intereses y la buena imagen del
país. No se puede servir a dos señores a la vez. ¿Alguien se
imagina un futuro, con esa empresa ARAGÓN S.A. comprada ya
por una multinacional, con Marcelino Iglesias como miembro
de su consejo de administración? En ese disparate estamos si
antes no detenemos el holocausto de un pretendido progreso
de dorada apariencia, regido por la codicia y el poder
diabólico de dinero, que desembocan en la falta de
credibilidad y el engaño generalizados.
Tenemos otro frente a abrir es la defensa del Camino de
Santiago por lo propios peregrinos y asociaciones de Amigos
del Camino en los diferentes países, y la ayuda de
relevantes personas que lo han hecho y quedaron emocionados.
Hay que preparar un discurso adecuado y profundo, cultural y
espiritual, que se oponga a esta degradación, a una nueva
adulteración, que no será la última y que dará pie a la
siguiente, porque la degradación engancha, es como la droga
para el drogadicto, y también porque es un lugar que merece
un respeto, como lo merece la alta y esbelta torre de una
catedral gótica, en la que sería grotesco e insultante a su
valor simbólico y un acto de barbarie, que se instaran en
ella un enjambre de antenas de radio, TV, telefonía, etc.,
como si fuera un pirulí de esos, coronada con las aspas
gigantes de un gran molino aerogenerador para aprovechar el
lugar en aras del progreso.
Hay dos puntos singulares del Camino en España donde podemos
trabajar juntos con APUDEPA, que incluye la red de
albergues, multitud de asociaciones de Amigos del Camino y
un ejército de hospitaleros; de alguna manera hay que
hacerles llegar nuestro discurso, no tanto por la forma como
el proyecto de recrecimiento afecta a las gentes de Artieda
y vecinos, a nivel de lo personal, ni por la malversación
económica y la corruptela que pueda haber detrás, sino como
botón de muestra de un falso progreso que arrasa con todo,
que nos deshumaniza y que no tiene reparos en robar el alma
a las cosas y a los territorios, que destruye sin mesura ni
límite de satisfacción posible sus patrimonios de historia,
cultura, memoria e identidad, y nos desespiritualiza.
Y también porque es un ejemplo más de un modelo de
pretendido progreso, cuando lo suyo es la dinámica del
atropello y la destrucción continuos, que nos lleva al mismo
destino de la rana de la metáfora, metida en un recipiente
de agua calentado lentamente, que cuando se da cuenta de su
situación ya la han cocido. Nos están cociendo, lentamente.
Siendo “radicales”:
Con frecuencia gastamos nuestra energía en huir del problema
con tratamientos sintomáticos, pero no vamos a su raíz, que
es el modelo de progreso destructor que fagocita al ser
humano, degrada la actividad política y siembra la
desconfianza general en el sistema, en quienes lo dirigen,
en los medios, en las instituciones, y en todo. Hay que
poner límite a esa realidad que ha dado lugar a una sociedad
indolente, con sus ciudadanos atrapados en su compleja faena
de vivir. Hay que hacerlo desde la misma sociedad, aquí y
allí, sabiendo que todas las aldabas son pocas para llamar
la atención de lo que está pasando.
Hay que empezar a recuperar el sentido de la palabra
llenándola de contenido, lejos del lenguaje orwelliano
actual, dándole un significado preciso a cada término para
saber de qué estamos hablando cuando los utilizamos, y no
nos vendan más gato por liebre. Un lenguaje de palabras que
nos permitan generar pensamiento propio, crítica y
creatividad, en vez de que ellas piensen y creen mentiras
por nosotros.
La tarea es fácil, pero requiere tiempo y organización.
Tenemos pocos medios, ese es el drama, pero llegaremos hasta
donde podamos, porque esa es nuestra obligación moral, con
nosotros mismos y con nuestros hijos también, a los que no
podemos hacer víctimas de este fraude organizado. Tenemos
que mantener encendida la llama, para que cuando la presión
del gas inflamable que nos rodea sea la adecuada, explosione
y empiece con ella no tanto la revolución como la gran
transformación moral que la sociedad y el individuo
necesitan. Creo que, juntos con APUDEPA, deberíamos empezar
a pensar en unas jornadas en las que diseñar esas nuevas
estrategias.
|