España es un país fantástico. Es la nación más árida de
Europa y cuenta con una evapotranspiración potencial que se
sitúa entre las más altas del continente, lo que sin duda
acentúa el problema. Pero aún así saca pecho por doquier en
esto del agua. Para lo bueno y para lo malo.
Como diría un periodista clásico, la noticia buena es que
este verano los españoles se han concienciado del problema
de la sequía y han consumido un billón de litros menos que
hace un año. A ello han contribuido, sin duda, las campañas
de concienciación ciudadana. El ahorro, según los estamentos
oficiales, equivale al consumo anual de 14 millones de
españoles.
La noticia mala es que lo que ahorramos se nos va por las
cañerías sin ningún miramiento. La asociación ecologista
Adena lo acaba de poner por escrito. Cada año los excedentes
agrícolas –esos que luego se destruyen para evitar que se
hundan los precios- se llevan por delante lo que consumen
unos 16,3 millones de españoles. Los culpables son
principalmente cuatro cultivos: maíz, algodón, arroz y
alfalfa, pero también determinadas producciones –como el
olivar andaluz- que tradicionalmente han sido de secano,
pero que ahora se han transformado en regadío para aumentar
la producción, sobre todo en la cuenca del Guadalquivir, un
lugar que, como se sabe, tiene los valores pluviométricos
más altos de España.
Lo comido por lo servido. Los españoles ahorran pero a nadie
importa que una demencial política agrícola impida el
consumo desenfrenado de agua. Pongamos el foco en el fresón,
un producto introducido de forma masiva en la provincia de
Huelva a principios de los años 80, y que ha enriquecido a
los propietarios de tierras en el entorno de Palos de la
Frontera y Moguer. Durante la primavera se eliminaron del
mercado alrededor de 4,5 millones de kilos de fresón para
evitar que cayeran los precios. Para producir esa cantidad,
según Adena, se consumieron 554.300 metros cúbicos de agua
(0,55 hectómetros cúbicos), equivalentes al consumo
doméstico de algo más de 9.000 habitantes. Es decir, no sólo
se paga por retirar del mercado la producción –el fresón
está subvencionado- sino que además se consumen recursos
naturales escasos.
Y todo esto sucede en un país que cuenta con el índice de
escorrentía más bajo de Europa, definido como la relación
entre precipitaciones y la evapotranspiración real, lo que
desde luego no dice mucho en favor de nuestros gobernantes.
Se suele decir que los incendios se apagan en invierno y no
en verano, y en el caso del agua pasa algo parecido. Este
país se ha acostumbrado a pensar en el agua en términos de
emergencia. En los años que llueve mucho, se consume a toda
pastilla como si esto fuera el País de Gales, pero cuando
llega la sequía, todo el mundo empieza a reaccionar. Es
evidente que este comportamiento es intrínseco a la
condición humana, pero la condición humana también tiene
capacidad de enfrentarse a los problemas con más
inteligencia. A lo mejor habría que primar a quienes
consumen menos –con bajada de tarifas- y a la vez penalizar
el consumo excesivo con más contundencia. Y desde luego lo
que habría que evitar es que la quinta parte de los recursos
se pierdan por las cañerías debido al mal estado de las
infraestructuras (nada menos que 927 millones de metros
cúbicos en 2003).
Desde luego, no basta con hacer sonar el piano con costosas
campañas de imagen, hay que saber tocar las teclas
correctas. Y da la sensación que si el tiempo no lo impide
–como decían los carteles taurinos de toda la vida- las
procesiones en honor a San Isidro están a la vuelta de la
esquina.
http://www.elconfidencial.com/opinion/indice.asp?sec=32&edicion=22/09/2005&pass=
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