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Para establecer un
verdadero espacio de libertad fluvial habría que empezar por
corregir la influencia de muchos de los obstáculos
construidos por el ser humano sobre el flujo natural del
agua en la llanura de inundación
Vaya por delante que resulta duro ponerse del lado del río
en estos días, en los que tras las últimas crecidas, las
aguas van volviendo a su cauce habitual. En algunas zonas de
nuestra geografía, el panorama es desolador: diques rotos,
campos erosionados, cosechas perdidas, obras afectadas,
inmuebles pasados por agua... Quien más quien menos se ha
sentido solidarizado con los agricultores, principalmente.
Sin embargo conviene recordar conceptos olvidados pero
básicos a la hora de interpretar estos hechos al margen de
la imagen social generada de alarmismo. Queremos recordar
que las medidas que se reclaman para «controlar» el río se
han mostrado a todas luces ineficientes en situaciones de
grandes crecidas. El primer dato, que en principio puede
aportar más desasosiego, es un dato objetivo porque se puede
medir: las últimas crecidas ni siquiera han sido
especialmente extraordinarias. La crecida que se ha
producido este año tiene un periodo de recurrencia de unos
pocos años, es decir que se han producido habitualmente,
cada tres o cuatro años crecidas como éstas, principalmente
en la primera mitad del siglo XX.
El segundo dato, también objetivo, es constatar que la
rotura de los diques o motas durante las avenidas constituye
el mayor peligro para cualquiera de los usos que se estén
llevando a cabo en las vegas, incluido el peligro para las
vidas humanas. Tanto la construcción de diques de defensa
como de embalses son medidas que acaban generando una falsa
sensación de seguridad que favorece la invasión de la
llanura de inundación por parte de las actividades humanas.
Hablando de los embalses, éstos tienen una capacidad
limitada para laminar las avenidas ordinarias y esta
capacidad depende de su situación de llenado. Desde luego,
su capacidad es casi nula para regular las crecidas
extraordinarias.
Si el embalse de Itoiz laminó parte de la avenida última en
el Aragón y el Ebro, fue porque estaba muy por debajo de su
capacidad de almacenamiento máxima dada la condición de
llenado de prueba en que se haya.
Aplicando algunos conceptos básicos de geometría, queda
claro que la función laminadora de las avenidas que
desarrolla la llanura de inundación es potencialmente más
efectiva que la de los actuales embalses de la cuenca. La
cantidad de metros cúbicos de agua que había que desalojar
después de las intensas lluvias de esos días sólo cabía en
esas llanuras o vegas fluviales. Estas llanuras son tan
extensas en el caso de nuestros grandes ríos, Arga, Ega,
Aragón y Ebro, que con una lámina de agua de sólo 5 cm de
espesor se almacenan cantidades equivalentes o superiores a
las almacenadas por cualquiera de los embalses de la cuenca
( Itoiz, Yesa...), es decir, en pocos kilómetros caben
millones de metros cúbicos de agua. Este efecto de
regulación además sería incomparablemente mayor si se
estableciera un verdadero espacio de libertad fluvial. Para
conseguir este espacio habría que empezar por corregir la
influencia de muchos de los obstáculos construidos por el
ser humano sobre el flujo natural del agua en la llanura de
inundación (puentes, pasos en terraplén, etc.). También, al
igual que se está haciendo en muchos países desde hace ya
varias décadas, eliminar o rebajar parte de las actuales y
peligrosas motas de defensa, o en algunos casos situarlas
más alejadas del cauce, evitando así concentraciones de agua
en lugares situados aguas abajo de los tramos encauzados por
los diques, que pueden resultar peligrosas.
Como describe el profesor de la universidad de Zaragoza
Pedro Arrojo, tras unos episodios de crecidas dramáticas en
la década de los ochenta, tanto en EE.UU. como en algunos
países de Europa, en lugar de recrecer diques y motas o
dragar el cauce, se decidió dar más espacio al río,
devolviéndole zonas de expansión en tramos adecuados y
compatibles con la inundación. Se abrieron negociaciones con
los agricultores que pudieran recibir en el futuro
inundaciones «blandas» de sus campos para acordar generosas
indemnizaciones. Muchos diques fueron abiertos y otros
alejados del cauce. Los meandros que habían sido
rectificados fueron restaurados, de forma que, en su
deambular zigzagueante, frenaran la fuerza de la corriente y
se recuperaron bosques de ribera que habían sido eliminados.
Es urgente la habilitación de espacios de inundación en
zonas compatibles con la misma, junto al retranqueado de
determinadas motas y la adecuada reforestación de sotos y
riberas, con las pertinentes indemnizaciones -la
persistencia del uso agrícola tradicional en la llanura de
inundación favorece la función laminadora de la misma, por
lo que debe ser apoyada y potenciada-. Estas medidas deben
combinarse con planes eficaces de defensa de los núcleos
urbanos (incluyendo válvulas que bloqueen la inundación a
través de los sistemas de alcantarillado) y de las vías de
comunicación. No podemos eliminar todos los usos e
invasiones de las vegas, pero sí ordenarlos. Aquí ya se
están dando algunos pasos. Se están llevando a cabo
experiencias piloto de retranqueo de diques en los tramos
bajos del Arga y Aragón cuyo resultado está por valorar. La
Mancomunidad de la comarca de Pamplona fue pionera en
habilitar válvulas de bloqueo en el alcantarillado con un
resultado muy positivo, por ejemplo en Burlada. En décadas
anteriores se establecieron medidas de protección para los
sotos y riberas de los ríos además de partidas para su
restauración desde el Departamento de Medio Ambiente.
En el sentido opuesto, todavía se sigue proyectando
urbanizar zonas inundables y se continúa con una política de
defensas y dragados que en muchos casos favorecen el
desarrollo en el cauce central de una vegetación
inapropiada, invasora y que dificulta el flujo del agua.
El propio funcionamiento natural de un río favorece que
parte de la crecida se desborde e inunde las riberas y las
terrazas, provocando un tipo de inundación en la que el
volumen que se desborda, se infiltra y fertiliza la vega es
a su vez un volumen de agua que se resta al balance global
del episodio de inundación. El río gestiona su propia
inundación mejor que nadie, lleva haciéndolo toda la vida.
Reconocer que las llanuras aluviales inundadas son el mejor
seguro contra los efectos perniciosos de las inundaciones y
valorar su interés como sistemas naturales debería ser el
objetivo principal de nuestras administraciones públicas en
la gestión de estos episodios.
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