ÁNGEL Garcés,
profesor de la Universidad de Zaragoza
ZARAGOZA Y LOS RÍOS
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Es preciso recordar que en Aragón el agua no sólo
está en el territorio, es territorio. Para
mantener viva la llama secular de la
reivindicación aragonesa debemos proponer algún
uso distinto al de regar
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Hace más de un año, aquel 8 de octubre, salió la
gente a la calle impulsada por un resorte genético, por
un inaprensible convencimiento, anclado en el
subconsciente colectivo, que casi nadie entendió fuera
de Aragón. Salieron a defender la posesión afectiva de
un río al que casi nunca miran, del que casi nunca
disfrutan, junto al que nunca pasean.
Zaragoza vive de espaldas a sus ríos. No sólo vive
ajena al discurrir ciclotímico del Ebro, el Gállego
apenas es una fina línea negra a su llegada al término
municipal de Zaragoza. Y qué decir del Huerva, el río
en el que tantos zaragozanos aprendieron a nadar, y que
se convierte en cloaca ahí donde lo tapan, en el cruce
de la Gran Vía, en un lugar que destila desolación e
infamia. Sólo el cuarto río de Aragón , el
Canal Imperial, disfruta de una pequeña vida social.
Sus márgenes suenan todavía a barrio.
¿Por qué los españoles viven de espaldas a sus ríos,
sólo encelados con el mar? Esta realidad no obedece ni
a una cuestión atávica ni a un estado de enajenación
mental transitoria. Esta mentalidad es el resultado de
una política consciente, de una estrategia diseñada
desde la Administración hidráulica.
No es casual que los usos comunes y generales del agua,
los vinculados a los ríos como espacios lúdicos,
recreativos y paisajísticos, estén desprotegidos jurídicamente
frente a los usos privativos, aquéllos que implican la
patrimonialización de un bien público por los agentes
económicos hasta convertirlo en un recurso privado
destinado a producir un pingüe enriquecimiento.
SIN EMBARGO, como la principal riqueza del mar es su
buen estado ecológico, las Administraciones públicas
han invertido históricamente en la recuperación y en
la limpieza de las costas y de las aguas costeras.
Me comentaba hace poco un buen amigo murciano, un
ingeniero que presta sus servicios en el Ayuntamiento de
Murcia, que, hasta hace apenas treinta años, esta
ciudad contaba, a las orillas del Segura, con uno de los
clubes de piragüismo más importantes de España. Pues
bien, uno de los grandes empeños de la Confederación
Hidrográfica fue cerrar dicho club. Hoy, el Segura, a
su paso por Murcia, es un auténtico estercolero; un
olor nauseabundo se extiende desde su cauce, ocultado,
generalmente, bajo una capa de espuma de medio metro de
espesor.
Lo más curioso de todo, me decía el ingeniero, es que
los vecinos de Murcia, que periódicamente protestan por
la suciedad de algunos barrios o la desidia municipal en
el mantenimiento de algunos parques, han asumido, sin
quejas ni protestas, el denigrante estado en el que se
encuentra el Segura.
Mi buen amigo murciano me comentaba, además, que son
muchas las personas del Levante español que comparten
la causa aragonesa, no por aragonesa sino por racional,
solidaria y patriótica. Son muchos los universitarios,
profesionales y ciudadanos del Levante español que están
hartos de los regadíos ilegales, de las roturaciones
ilegales de montes, de la desaparición de los últimos
espacios naturales vírgenes, de la explotación de
trabajadores ilegales, de la construcción de
urbanizaciones ilegales y de la proliferación de
mafias, prostíbulos y coches Mercedes conducidos por
horteras.
Y VUELVEN sus ojos hacia los ríos aragoneses, hacia los
ríos pirenaicos, cuya utilización racional para el
deporte de aventura, para el turismo rural producirá en
el futuro tantos beneficios económicos y muchos más
beneficios sociales y ambientales que ciertos usos
tradicionales.
Y llegados a este punto, es preciso recordar que, en
Aragón, el agua no sólo está en el territorio, es
territorio. Pero para mantener viva la llama secular de
la reivindicación aragonesa debemos proponer algún uso
distinto al de regar.
Zaragoza debe recuperar sus ríos y sus riberas, y no sólo
invirtiendo en depuradoras y en infraestructuras, también
apostando por la creación de espacios de convivencia en
torno a los cauces fluviales.
La elección del agua como tema básico de la exposición
internacional del 2008 es uno de los grandes aciertos
del consorcio que prepara la candidatura de Zaragoza, y
que tan acertadamente gestionan Ángel Val y Paco
Pellicer.
La adjudicación, en su día, de la organización de la
Expo puede suponer el punto de inflexión en la tortuosa
relación afectiva que une a Zaragoza con sus ríos. Que
así sea.
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