El
Premio Goldman, que el 14 de abril, tuve el honor de
recibir en San Francisco (California), debe ser sin duda
entendido como un premio colectivo a decenas de colegas,
profesores universitarios y expertos, pero sobre todo a
decenas de miles de personas que vienen levantando en
España ese movimiento por una nueva cultura del agua que
empieza a generar admiración en Europa e incluso a nivel
mundial. Hay dos aspectos significativos que resaltar:
el hecho de que este premio, conocido como el 'Nobel de
Ecología', llegue por primera vez a España en el Año
Internacional del Agua, y que este reconocimiento se
haga desde California, hacia donde suele mirarse para
hablar de modernidad en materia de gestión de aguas.
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Durante las últimas
décadas hemos propiciado un verdadero holocausto
hidrológico en nuestro país, destruyendo ríos y
humedales por doquier; hemos perdido miles de kilómetros
de hermosas costas fluviales en nuestra España interior;
hemos inundado cientos de valles y expulsado por la
fuerza a sus habitantes; hemos envenenado nuestros ríos,
talado bosques de ribera y transformado las márgenes de
ríos y arroyos en vergonzantes vertederos. En suma, una
nueva barbarie basada en un modelo de desarrollo
insostenible que justifica la destrucción en nombre de
un progreso mal entendido.
La nueva cultura del agua viene a proponer un gran pacto
social y ambiental por la sostenibilidad de nuestros
ríos, acuíferos, humedales e incluso ecosistemas
marinos. El agua es el alma azul de nuestro planeta;
luchar por su salud es luchar por una vida digna y sana
para las personas que vivimos en este mundo y, sobre
todo, para las generaciones futuras.
Que este premio llegue desde California supone retomar
un hilo histórico perdido en el primer tercio del siglo
XX. En efecto, a principios del pasado siglo, el
regeneracionismo de Costa en España y el movimiento
liderado por mormones ilustrados, como Powell en EE UU,
plantaron las bases del moderno desarrollo hidráulico en
el mundo, generando un liderazgo compartido y en
paralelo tan espectacular como interesante. En 1902 se
aprobaba en EE UU el primer plan público de grandes
regadíos, mientras en España se lanzaba el Plan Nacional
de Aprovechamientos Hidráulicos; no en vano la primera
institución de gestión de una cuenca hidrográfica en el
mundo sería la Confederación Hidrográfica del Ebro,
pocos meses antes de que naciera la primera en EE UU.
Hoy, un siglo después, con este premio, se reconoce una
nueva referencia de liderazgo de la que nuestros
movimientos ciudadanos pueden sentirse orgullosos.
España es el país con más embalses en relación a sus
habitantes y superficie en el mundo. Proponer en este
contexto, como prioridad del Plan Hidrológico Nacional,
una nueva oleada de grandes presas y trasvases, unida a
la tradicional expectativa de subvención pública masiva,
supone frustrar nuestra cita con la historia y con el
reto del desarrollo sostenible. Inundar pueblos en las
comarcas de montaña, destruir los últimos ríos escénicos
y salvajes o reservas biológicas como la del delta del
Ebro, arruinando la ya deteriorada riqueza pesquera de
las costas mediterráneas, no es el camino.
Es tiempo de acabar con la prepotencia, el autoritarismo
y las políticas de enfrentamiento entre comunidades. La
nueva cultura del agua que proponemos es una cultura de
paz y de diálogo, más allá de las ideologías políticas.
Quienes piensan que los planes hidrológicos deben
imponerse a golpe de hormigón o 'paseos militares' se
equivocan.
Es tiempo de asumir firmes compromisos de diálogo entre
las instituciones, las personas y comunidades afectadas.
En el caso de la gestión de aguas en España, ese diálogo
estará sin duda alumbrado por las alternativas que desde
la comunidad científica venimos proponiendo.
Alternativas basadas en la buena gestión, en la
conservación de nuestros ecosistemas y en la aplicación
inteligente de las nuevas tecnologías. No olvidemos que
perdemos más del 30% del agua en nuestras redes urbanas
y que la eficiencia de riego apenas si llega al 50% en
buena parte de nuestros regadíos; que permitir la
contaminación de ríos y acuíferos implica perder esas
fuentes y sabotear sus capacidades de autorregeneración
gratuita; que seguir permitiendo la sobreexplotación de
acuíferos y el desarrollo de nuevos regadíos ilegales no
es impulsar el desarrollo, sino alentar el desgobierno y
quebrar el futuro; que aplicar las nuevas tecnologías de
desalación supone ya hoy un coste muy inferior al que
implica trasvasar caudales a larga distancia (del orden
del 50%).
Ése es justamente el sentido de este Premio Goldman:
reforzar el valor del diálogo social frente al
autoritarismo hidráulico y el valor de aplicar con
inteligencia y prudencia las nuevas tecnologías en pro
del desarrollo sostenible. |