A
la vista de las imágenes del Ebro desbordado, algunos
medios se han apresurado a pontificar sobre un supuesto «superávit»
de agua que no haría sino dar la razón a quienes defienden
el trasvase del Ebro al Levante español. Al margen de otras
consideraciones, me parece frívolo e insensato aprovecharse
de la desgracia de quienes han visto anegadas sus
propiedades en Aragón para arremeter contra esta tierra.
En
primer lugar, avenidas como la de ahora ocurren una vez cada
40 ó 50 años, a diferencia de las que tienen lugar en el
Levante, donde las ramblas «tiran» enormes cantidades de
agua (y coches y colchones viejos...) una vez dada 2 ó 3 años.
¿Acaso habría qué promover la construcción de un gran
muro de hormigón paralelo a línea de costa levantina capaz
de retener toda esa agua?
En
segundo lugar, el Plan Hidrológico Nacional prevé
transferir agua en verano, de modo que -aún en el caso de
que hubieran estado operativos los canales del trasvase -el
agua no habría sido aprovechada. Para poder trasvasar agua
en verano el
PHN pretende la construcción de nuevos embalses en el
Pirineo, inundando hermosos pueblos y valles de montaña. ¡Qué
insolidarios que no quieran abandonar sus hogares siguiendo
la estela de miles de familias que ya tuvieron que marchar!
Pero es que, en este caso, la avenida no se ha generado en
Aragón, de manera que los hipotéticos embalses que habrían
retenido parte de la - nada ni siquiera están previstos por
el PHN.
En
realidad, no hay muro ni presa ni dragado que detenga a los
ríos cuando éstos buscan su camino. Pero «a río
revuelto, ganancia de constructoras», y ya se empieza a
hablar de obras en el cauce para luchar -inútil y
costosamente- contra un fenómeno natural que también
cumple una misión beneficiosa en la regeneración de los
ecosistemas fluviales y, muy en particular, del Delta del
Ebro.
El
papel lo aguanta todo, pero cualquier proyecto de ingeniería
debe tener unos costes económicos, sociales y
medioambientales asumibles. El trasvase del Ebro, lejos de
cumplir estos requisitos mínimos, es un sueño faraónico más
propio de otros tiempos y lugares que de la Europa del siglo
XXI.
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