Eso
es lo que nos depara el plan de restituciones del
embalse de Yesa, nichos nuevos y relucientes para
Sigüés y Mianos, dos de los municipios que
serían inundados por el recrecimiento (Sigüés,
además, su núcleo urbano). Muy propio. ¿Qué
otra cosa se puede esperar? Para un territorio que
va a morir, lo mejor es un buen cementerio, no
hará falta más. Contrasta con Yesa pueblo, que
con mínimas afecciones territoriales por este
proyecto va a gozar de nuevas instalaciones
deportivas y culturales. Es coherente. Ese pueblo
podrá seguir viviendo y de hecho ya se ha
beneficiado de la muerte de varios pueblos
aragoneses como Tiermas, Esco y Ruesta. La muerte
lleva décadas sobrevolando sobre esta zona de la
Jacetania, así que lo mejor es acogerla de la
mejor forma. O no. Por que para los que defendemos
que las restituciones deberían ser por los
embalses ya realizados, esto no es más que una
nueva afrenta y tomadura de pelo. Se nos ríen a
la cara y aún habrá que estarles agradecidos por
que nos van a dar un sitio digno donde reposar por
toda la eternidad, ya que nos quieren quitar la
dignidad en vida. Es un detalle que no nos
entierren bajo las aguas del pantano.
La otra cara de
la moneda es Artieda, un pueblo que desde siempre
se ha negado a morir y que luchará, junto con la Asociación
Río Aragón y toda la Jacetania, hasta
conseguir que el proyecto no se materialice. Y
cada vez estamos más cerca, pues al cúmulo de
irregularidades en la tramitación del proyecto
(análogas a las del proyecto de Santaliestra,
declarado ilegal), se unen los riesgos geológicos
catastróficos y la destrucción de Patrimonio de
la Humanidad (Camino de Santiago), concretados en
una docena de contenciosos administrativos,
querellas criminales, y denuncias ante la UNESCO y
la Comisión Europea, que harán que al final no
se haga este despropósito.
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