El Ebro es un río herido de muerte y más si cabe su delta.
Pero el trasvase de 1050 Hm3 de sus aguas hacia levante
previsto en el Plan Hidrológico Nacional (PHN) no es la
única amenaza que pende sobre este sistema. Y es que el río
lleva cada vez menos caudal, pues ha pasado de una media de
18.000 Hm3/año a principios del siglo XX, a 13.000 en los
últimos 30 años y a menos de 10.000 en los años 80. Ello se
debe a tres causas fundamentales: llueve menos, hay más
superficie forestal que retiene y usa agua (Gallart, 2001),
pero sobre todo ha aumentado radicalmente el consumo
agrícola. Del medio millón de hectáreas regadas en los años
60 en la cuenca del Ebro se ha pasado en la actualidad a más
de 830.000 Ha que utilizan 6300 Hm3/año (5300 Hm3 consumo
neto/año descontando los retornos), lo que equivale a seis
trasvases. Si se ejecuta el
Plan Nacional de Regadíos a 2008
habría que añadir 380, y las previsiones a largo plazo
requerirían otros 800 Hm3, el equivalente a otro trasvase.
Más del 50% de las demandas actuales de la cuenca proceden
de Aragón, lo que sitúa a esta región en el tercer puesto
español de consumo de agua para uso agrícola (Benito, 2002).
Por otro lado, buena parte de
los mencionados regadíos se asientan sobre zonas con
subsuelo salino por lo que las aguas de retorno arrastran
grandes cantidades de sales minerales disueltas junto a
pesticidas, plaguicidas, nitratos y fosfatos utilizados en
la agricultura, que unidos a los vertidos industriales de la
cuenca, han hecho disminuir la calidad de las aguas a
niveles preocupantes. Un indicador de la contaminación que
sufre el Ebro es la práctica desaparición de una náyade
endémica de este río, la Margaritifera auricularia
(Araujo & Ramos, 2000).
El Ebro no sólo lleva menos
caudal sino que también transporta menos sólidos en
suspensión. Eso es debido a la presencia de una red de
embalses que los retiene, habiendo pasado los arrastres de
los 30 millones de Tm/año antes de su construcción, a los
actuales 0,15 millones Tm/año (Ibáñez & al., 1999). Los
sedimentos ya no llegan al delta con lo que éste no se puede
recuperar del proceso de compactación y hundimiento que
sufre, cifrado en 2,5 mm/año, ni del aumento del nivel del
mar estimado en 5 mm/año. Por otra parte, la llegada de
sedimentos a la desembocadura no sólo es necesaria para la
supervivencia del delta como territorio, sino que es
imprescindible para actividades como la pesca o el cultivo
del mejillón y la ostra (Ibáñez, 2001).
Pero hay más. Los sedimentos
de los ríos son los principales responsables de la formación
de la playas, materia prima de la principal industria del
levante y de España, el turismo. Sin playas se murió la
gallina de los huevos de oro. De hecho, ya estamos
padeciendo ese el problema pues cada vez que se produce un
temporal en el Mediterráneo vemos cómo desaparecen
kilómetros de playa. Luego, al no llegar los sedimentos de
los ríos -y en especial del Ebro- al mar, las playas no se
pueden formar naturalmente con lo que nos tenemos que gastar
millones de euros para su “regeneración” en una espiral de
gasto sin fin, dando lugar a otros problemas ambientales
como la destrucción de praderas de Posidonia oceanica,
un equivalente a bosques marinos necesarios para completar
el ciclo de vida de muchos peces. En EE.UU. donde son más
pragmáticos, vieron que salía más rentable desmantelar una
serie de presas y devolverles la vida a los ríos que
gastarse millones de dólares en el pozo sin fondo que supone
la regeneración de playas y deltas (Arrojo, 2000). Creo que
a la luz de todos estos datos, si en levante quieren
asegurarse su futuro basado en el turismo más que pedir un
trasvase deberían exigir que se derribaran pantanos en la
cuenca del Ebro.
Por otra parte, la polémica
sobre si el caudal continuo (que no ecológico) debe de ser
de 100 ó 135 m3/seg no tiene sentido ya que lo que necesita
el río son crecidas anuales al menos de 1000 m3/seg y otras
superiores más espaciadas, pues se requieren como mínimo 700
m3/seg para poder arrastrar partículas del tamaño adecuado
con el fin de regenerar el delta y de 400 m3/seg para
reducir el avance de la cuña salina (Prat, 2001). Dejar
dicho caudal constante es como ponerle un gotero de salino a
un enfermo grave, conseguirás que no muera deshidratado pero
no que fallezca.
La reducción de caudales hace
que haya menos agua para trasvasar por lo que se hace
imprescindible construir nuevos embalses en cabecera,
concretamente en el Pirineo, para poder asegurar el trasvase
previsto, tal y como dice el PHN. El propio Comisario de
Aguas de la Confederación Hidrográfica del Ebro,
Federico
Rodríguez, lo acaba de reconocer en un reciente artículo de
prensa en el que hablaba del recrecimiento de la presa de
Yesa en el río Aragón como una reserva estratégica de 850
Hm3 necesaria para el trasvase. Para muchos esto era
evidente ya que las demandas futuras previstas en la cuenca
del Aragón son muy inferiores a los 1050 Hm3 que se pretende
aumentar la citada presa (Arrojo & al., 1999), demandas que
se cubrirían sin problemas con otros embalses como la Loteta
para el abastecimiento a Zaragoza (100 Hm3) o embalses
laterales en Bardenas para regadíos (50 Hm3) (COAGRET,
2002).
Como vemos, el trasvase no
haría mas que agravar la agonía del Ebro y su delta. Por
ello no parece coherente pedir, por un lado la construcción
de más embalses y el aumento de regadíos en la cuenca -en
buena parte culpables de la actual situación- y por otro
oponerse al trasvase escudándose en la degradación que
sufriría el delta de llevarse a cabo esta obra, cuando
dichas peticiones tendrían las mismas consecuencias
negativas que el trasvase.
Desde un punto de vista
egoísta, la fuerza de la oposición de Aragón al trasvase
debe residir, además de los daños al delta y a las cuencas
receptoras por la segura expansión de la plaga del mejillón
cebra (Dreissena polymorpha -
Álvarez, 2002) o la
almeja asiática (Corbicula fluminea -
SEM, 2003), en
las consecuencias negativas que para esta comunidad tiene el
actual PHN, que no son otras que la inundación de nuestros
pueblos, valles, patrimonio natural y cultural (como el
Camino de Santiago, declarado Patrimonio de la Humanidad por
la UNESCO -Rey, 1999) y el desplazamiento personas fuera de
su tierra por la construcción de nuevos embalses en el
Pirineo que servirán de almacén en cabecera para el trasvase
(Nicolau & al., 2001;
2002).
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