La
Vía Láctea, el camino de las estrellas en el
cielo, los senderos que miles y miles de
peregrinos llevan pisando desde hace siglos para
llevar a cabo algo más que una promesa o un
impulso religioso, mucho más. Porque el caminante
se sumerge en una ruta iniciática que le lleva
a un encuentro con uno mismo. Ni más ni
menos.
Y
ese Camino que lleva mucho más que a Santiago,
tiene una de
sus entradas más transitadas
a la geografía española, en la denominada
“Vía Tolosana”. Esa vía recorre montañas,
rodea pueblos, y está salpicada
de iglesias, ermitas y piedras milenarias que
fueron puestas ahí precisamente por algún
motivo.
Si
Yesa rompe aguas y se multiplica, habría que
trasladar piedra a piedra, guijarro a guijarro,
historia
a historia todos estos hitos que acompañan
a los peregrinos a su paso. Alguien dijo que el
hombre inteligente no es el que más avanza en el
progreso, sino el que mejor sabe conservar su
historia. Mal lo estaremos haciendo, muy mal, si
no somos capaces de llegar a un acuerdo a un punto
común , desde el que el llano y la montaña
logren establecer un diálogo donde no se pase por
cambiar un paisaje, una historia y la memoria.
El
llano y la montaña deben de tender puentes, no
deben de levantar barreras porque tanto el agua,
como el patrimonio histórico es bien de todos y
nuestra responsabilidad es la de dejar a nuestros
hijos
un mundo digno.
Nadie
puede cambiar la historia, pero todos tenemos la
obligación de mejorar el futuro. Siempre y cuando
en el presente no sucumban pueblos, piedras
milenarias y la esperanzas ¿de unos pocos?. No
crea, porque si los pocos que habitamos
el Pirineo tenemos que marcharnos, no habrá
nadie que mime, cuide y controle mejor estas montañas.
En los despachos reinan fotos de picos y prados
hermosísimos. Si están así es porque el montañés
los habita.
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