La actual política hidráulica basada en la
regulación de los ríos y en la explotación de
las aguas subterráneas ha contribuido a
transformar a Andalucía. Ni el crecimiento
económico experimentado en las últimas décadas,
ni los paisajes ni el sistema urbano andaluz
podrían explicarse sin referencia a dicha
política. Pero es indiscutible que una y otra vez
nos volvemos a encontrar con problemas, escasez,
restricciones y crispación en torno al agua.
Precisamente ahora, aunque en general disponemos
de nivel de reservas aceptable, ya están
apareciendo las primeras voces de alarma en
Málaga.
Tampoco se puede
ignorar que el precio del cambio ha sido muy alto.
¿Cuántas fuentes y manantiales de agua potable
quedan en Andalucía? ¿Cuántos ríos continúan
siendo aptos para el baño? ¿Cuándo tomaremos
conciencia de los impactos en estuarios, playas y
pesquerías de obras recién acabadas o en
ejecución, como los embalses de Alqueva en el
Guadiana o Rules en el Gualdalfeo? Parece claro
que algo está fallando en la concepción y en el
sistema de gestión del agua y que estamos
asumiendo costes muy elevados por los errores
cometidos. Las protestas cada vez más frecuentes
y airadas de las poblaciones y de las
corporaciones locales afectadas, como las de la
Sierra de Cádiz (Guadalete), Alcalá de Guadaira
en Sevilla, Puente Genil en Córdoba, o Sierra de
las Nieves (río Grande) en Málaga, indican un
cambio progresivo en la percepción y valoración
social del agua.
Hasta ahora, la
sociedad andaluza ha estado bombardeada por un
auténtico pensamiento único hidráulico, basado
en ideas simples y aparentemente incuestionables:
Andalucía es una región seca cuya economía
depende del agua, por lo que necesita inversiones
públicas en obras hidráulicas para
desarrollarse, se dice. Pero pese a que durante
las dos últimas décadas se ha duplicado el
volumen de embalse, en la cuenca del Guadalquivir
se mantiene el mismo déficit que hace veinte
años, ya que el crecimiento de la demanda, muchas
veces al margen de la ley, ha absorbido con creces
los nuevos recursos disponibles.
Por otra parte,
desde Almería hasta Huelva la ocupación del
espacio físico por actividades agrícolas
intensivas o instalaciones turísticas y
residenciales se desarrolla en ausencia o con
escaso control, pese a los esfuerzos de algunas
instituciones y la resistencia de colectivos
ciudadanos. La raíz del problema hídrico apunta
al modelo de desarrollo territorial, por eso el
debate sobre el agua es tan difícil, a la vez que
tan fundamental.
La Directiva
Marco del Agua de la Comisión Europea, que debe
entrar en vigor en 2003, exige un giro en la
trayectoria seguida hasta ahora. Afrontar esta
exigencia requiere avanzar hacia lo que ha dado en
llamarse Nueva Cultura del Agua, que implica:
buena gestión de lo que se tiene frente al
incesante incremento del recurso; legalidad frente
a desgobierno; flexibilidad y planificación de
emergencias frente a soluciones estructurales
estandarizadas; responsabilidad sobre los costes
frente a subvenciones indiscriminadas; valoración
del agua como activo ecológico y social frente a
su exclusiva consideración como recurso
productivo.
Localizar el
énfasis de este movimiento de renovación en el
ámbito de la cultura no es recurso retórico. Es
la expresión de la necesidad de asumir
profundamente los nuevos enfoques, no sólo en el
campo de la técnica o de las tácticas
políticas. Se trata, como pide El Roto desde
estas mismas paginas, de entender los ríos, los
manantiales y los humedales como cuerpos vivos y
dinámicos, y no como simples colectores de agua;
de no 'llevar el río al desierto para traer el
desierto al río'; de asumir que cantidad y
calidad son caras de una misma moneda; de
recuperar el tradicional valor lúdico, estético
y simbólico de los paisajes del agua,
característico de las culturas mediterráneas.
Avanzar en el camino de abrir soluciones desde
estos nuevos enfoques requiere una profunda
regeneración de las instituciones de gestión de
las aguas.
Estas ideas, y el
importante volumen de investigaciones y
experiencias que las respaldan, constituyen el
punto de partida del III Congreso Ibérico sobre
el Agua que en fechas próximas se celebrará en
Sevilla. Con la participación del sector más
activo de la comunidad científica portuguesa y
española, apoyado por más de sesenta
Universidades y centros de investigación de ambos
países, el III Congreso Ibérico pretende
constituir un nuevo punto de referencia en ese
giro de modernización basado en la buena gestión
y en el debate científico-técnico desde un
enfoque pluridisciplinar, que la política del
agua necesita en España y en Andalucía.
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