El debate sobre el
recrecimiento de Yesa está produciendo efectos poco
deseables para la credibilidad institucional y para
la convivencia entre diferentes zonas.
A modo de
aprendices de brujo, asistimos a la irrupción de
"ingenieros" que garantizan con mil hectómetros
cúbicos las mismas prestaciones para las cuales
otros ingenieros menos imaginativos --los que firman
proyectos-- necesitan mil quinientos.
En otro momento,
nos avasallan los "afectados de la Montaña",
avecindados muchos de ellos en Zaragoza y autores de
argumentos tan vagos y universales que al regante de
Bardenas acaban por confundirlo con el Yeti del
Himalaya. Hay aragoneses que intentan arruinar en
los juzgados el futuro de otros paisanos suyos. Hay
"alquimistas del desarrollo" que saben aprovechar el
agua sin embalsarla y no faltan tampoco
beneficiarios del recrecimiento que fingen
alegremente no serlo.
Así, entre todos,
han conseguido que buena parte de la opinión pública
haya entrado en una especie de callejón del Gato
, aquel valleinclaniano lugar cuyos espejos
cóncavos deforman la realidad hasta convertirla en
esperpento. Sin embargo, si sometemos la cuestión al
rigor del sentido común, esas imágenes disparatadas
empiezan inmediatamente a diluirse y muchas de las
opiniones emitidas quedan reducidas a simples e
incomprensibles ocurrencias.
Por lo pronto,
reflejado en el espejo de la razón, vemos un
recrecimiento de Yesa a la máxima cota diseñado
sobre un cálculo correcto de las demandas y sobre la
conveniencia de almacenar agua los años húmedos como
reserva para los secos, pues el río Aragón --esto lo
ignora la ingeniería imaginativa -- no
asegura siempre un suministro suficiente.
Vemos un solo
afectado incuestionable, Sigüés, cuya inundación no
es aceptable. Si las represas protectoras no fueran
jurídicamente viables, habría que rebajar la cota de
llenado. Pero tal eventualidad, aunque necesaria
desde el punto de vista ético, sería negativa desde
el punto de vista de los rendimientos sociales y
económicos de la inversión, lo cual introduciría
elementos nuevos en la relación entre la
Administración y los usuarios.
Vemos un
beneficiario, Zaragoza, que tendrá conflictos muy
serios con la zona de Bardenas si el abastecimiento
de la ciudad antecede al recrecimiento o se produce
sin éste, ya que, con el Yesa actual, no es posible
traer agua a la capital sin perjudicar gravemente a
las Cinco Villas.
Destacado por la
lente de la verdad, vemos como problema central el
hecho incontrovertible de que la obra --tres años
después de su adjudicación-- no arranca. Unos tienen
la obligación de hacerla y no la hacen, otros no la
consideran prioritaria y todos ellos encuentran en
el debate sobre la cota de la nueva presa la
coartada perfecta para justificar el retraso
indefinido de su construcción.
Vemos también que
la solución tiene que venir del diálogo, tanto en el
plano político --con el PP como interlocutor
esencial dada su condición de responsable de la
única administración competente en la materia-- como
en el plano territorial.
Pero no entre el
llano y la montaña --una dialéctica más mítica que
real-- sino entre la ciudad y el medio rural,
incluida la montaña, cuyo retroceso demográfico es
de la misma intensidad que el del resto del
territorio y obedece a las mismas razones; entre una
ciudad que aspira a disfrutar del patrimonio
cultural y medioambiental del "campo" y un medio
rural que, sin agua para desarrollos
agroindustriales, se despoblará y se desertizará de
modo irreversible; entre una ciudad que --no lo
olvidemos-- determina las decisiones políticas
importantes y un medio rural al que conviene asumir
de una vez esa evidencia.
Vemos --con no
menor inquietud-- que se habla sólo de Yesa y se
silencian otras piezas del Pacto del Agua como
Biscarrués o Mularroya, lo cual no sabemos si es una
estrategia para desbloquear estas últimas o un ardid
añadido para postergarlas todas.
Vemos, en
definitiva, que la cuestión hidráulica aragonesa
tiene como mínimo dos hojas de ruta
distintas. Unos recorren la suya a través del
callejón del Gato de las posiciones blandas o
extravagantes. Otros se resisten a entrar allí y
algunos pugnan por salir.
Las consecuencias,
sin embargo, trascienden con mucho el ámbito del
agua, pues, en realidad, de lo que se trata es de
aspirar al desarrollo rural de manera cabal o de
enterrar definitivamente tal aspiración en el
cementerio de la retórica.
*Secretario General
del PSOE-Zaragoza |