Desde que se puso en marcha el
Plan Hidrológico Nacional (PHN), allá por el año 1998,
algunas partes del delta del Ebro se han hundido varios
centímetros por debajo del nivel del mar y la línea de la
costa ha retrocedido varias decenas de metros en algunos
lugares. El anuncio de que no se va a realizar el trasvase
hecho por el nuevo Gobierno no debe hacernos olvidar que los
problemas en el bajo Ebro subsisten, y que sin una nueva
cultura del agua seguirán existiendo durante mucho tiempo.
Por ello será muy interesante ver cómo los nuevos
responsables de la política del agua en España comienzan su
andadura.
Muchas son las dificultades
para salvar el delta. Algunas provienen de su propia cuenca,
como el Pacto del Agua de Aragón, que de llevarse a cabo
produciría (como hemos dicho repetidamente) un impacto sobre
el bajo Ebro mayor incluso que el trasvase. No se puede
pretender que sin trasvase se acaben los peligros para el
Ebro, mientras prosigue la construcción de Yesa y otros
embalses del Pirineo.
TAMPOCO DEBEN seguir
aceptándose los nuevos regadíos que se prevén en el PHN,
cuya realización supondría disminuir aún más la calidad del
agua del río, haciéndola en algunos momentos muy difícil de
potabilizar. Y aquí incluimos los regadíos del canal
Segarra-Garrigues; el nuevo Ejecutivo catalán debe ser
consciente de que cuando ponga en marcha esta zona regable
será en parte culpable de la disminución del flujo del río y
de la pérdida de calidad de las aguas del bajo Ebro.
Aunque se anule el
trasvase, sigue vigente la razón principal por la cual el
delta del Ebro sigue hundiéndose: la falta de sedimentos.
Los aportes de nuevos sedimentos al delta no se pueden
realizar sin un cambio profundo en la manera de gestionar el
agua en la cuenca del Ebro. También en este aspecto
esperamos grandes cambios del nuevo Gobierno y uno de ellos
es imprescindible: la reforma de la administración
hidráulica. Hay que promover una nueva administración basada
en la innovación y la creación de grupos interdisciplinares
que sepan dar un nuevo rumbo a la política hidrológica
española. Hasta ahora, un grupo de profesionales de una
determinada formación (ingenieros de caminos) han pilotado
la gestión del agua en España. Si no cambia este monopolio,
será imposible avanzar hacia una nueva cultura del agua.
Pero el destino del Ebro va
intrínsecamente ligado al de las zonas de Levante que ahora
ven desaparecer su expectativa de recibir nuevos caudales
mediante un trasvase. Para salvar el Ebro se necesita una
verdadera revolución en la gestión del agua de Valencia,
Murcia y Almería. Hoy sabemos que en Valencia es posible con
medidas alternativas (reutilización, desalación, ahorro,
etcétera) llegar a una gestión sostenible del agua, lo que
no es posible en Murcia sin un cambio de paradigma en su
modelo de desarrollo. Ni toda el agua del Ebro podría saciar
la sed de la Murcia donde el desarrollo económico se basa en
la especulación urbanística y en una agricultura donde el
agua no tiene el precio real (que debería incluir el impacto
ambiental). Para poder establecer un modelo sostenible de
gestión del agua en Murcia se necesita un cambio en su
modelo de desarrollo. Si esto no se reconoce, no hay quien
pueda gestionar el agua en Murcia, mientras que en Valencia
sí es posible aún la aplicación de un modelo de gestión
alternativo.
SE ESPERA mucho de este
Gobierno, pero también se duda mucho. Hasta ahora sólo
tenemos expectativas, esperemos que pronto tengamos
realidades. Parece que el no al trasvase viene acompañado de
un sí a las obras del Anexo II del Plan Hidrológico Nacional
(es decir embalses, canalizaciones, etcétera...), obras
extraordinariamente dañinas ambientalmente. Esto no debería
ser tolerado por las organizaciones ambientales. Hay que
derogar todo el PHN y empezar de nuevo la planificación
hidrológica de acuerdo con las directrices de la Directiva
Marco de Agua de la UE. De no ser así, los dineros de
Bruselas pueden producir efectos ambientales perversos.
Habrá que estar ojo avizor a los movimientos del nuevo
Gobierno de Madrid y a los de sus socios catalanes. La nueva
cultura del agua no son sólo palabras, esperamos hechos.
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