Siete
días... y más
JOSÉ LUIS Trasobares
UN
NUEVO PACTO DEL AGUA
El consenso hidrológico
aragonés debe ser reelaborado desde perspectivas
más modernas y al
margen de las estrategias trasvasistas. Después del
frenazo a Santaliestra
no hay otra opción
La sentencia de la
Audiencia Nacional que frena en seco la inminente
construcción del
pantano de Santaliestra marcará un antes y un después
en el tratamiento
de los temas hidrológicos. Pero, de momento, el fallo
ha caído en Aragón
como una bomba, en medio de una fortísima división
de opiniones y
del evidente desconcierto de amplios sectores de la
opinión pública,
que no saben si la paralización del embalse es en sí
misma buena, mala
o regular. No es raro que la gente se quede perpleja:
desde hace tiempo,
todo lo referido a la gestión del agua está
condicionado (enturbiado
más bien) por abundantes y premeditados equívocos
tanto políticos
como técnicos. Así es fácil que muchas personas se
escandalicen ahora
mismo cuando lean la confesión personal que sigue: la
decisión judicial
sobre Santaliestra me ha alegrado sobremanera.
Celebro la paralización
del pantano por cuatro motivos fundamentales: por
la gente de
Santaliestra, que ha luchado por sus derechos como ha
de hacer todo
ciudadano que se precie; porque la Audiencia Nacional
ha desvelado la imperdonable
ligereza con que la Administración preparó el
proyecto soslayando
informes esenciales sobre la seguridad de la futura
presa; porque
este golpe al Ministerio autodenominado de Medio
Ambiente es un precedente
muy positivo para la lucha legal que ya se ha iniciado
contra el PHN; y,
finalmente, porque, ahora, la revisión del Pacto del
Agua en Aragón ya
no podrá ser eludida por nadie. Sólo siento que esta
jugada perjudique intereses
legítimos de otros aragoneses, los regantes, cuyos
problemas no deben
ser ignorados.
El Pacto del Agua
necesita una reedición. Se cayó Jánovas por
consenso general
y ahora se cae Santaliestra por decisión de la
Justicia. Y, en el contexto
actual, alguna otra gran obra como el recrecimiento de
Yesa me parecen
absolutamente imposibles, y política y socialmente
intolerables (incluso
para los partidarios de ampliar el regadío).
El famoso Pacto es un
catálogo de intenciones y de propuestas, bastantes de
las cuales siguen siendo
perfectamente válidas. Elaborado en el año 91,
incorpora sin embargo un
listado de pantanos que procede de los años sesenta
y setenta e incluso de antes. Pero hay algo más: el
actual Pacto del
Agua es un invento político destinado fatalmente a
quedar articulado con
el trasvase del Ebro. Hace diez años, aquel acuerdo
(que entonces calificamos
de histórico) fue promovido por la Administración
socialista para
usarlo como coartada del Plan Hidrológico que había
preparado Borrell. Luego,
cuando el citado Plan se enfrió, el Pacto aragonés
corrió idéntica suerte.
Y, qué casualidad, en cuanto el PP inició los
preparativos de su particular
ofensiva trasvasista, otra vez resucitó nuestro ya
viejo consenso
hidrológico, obsesiva y exclusivamente encarnado en
unas pocas obras
de regulación: las más grandes, las de mayor impacto
y las más conflictivas.
Ni los más ingenuos podrían ignorar que esos
pantanos tal vez no
son precisos ni para las modestas ampliaciones de
regadíos que hay previstas
ni para suministrar agua a Zaragoza, pero seguro que
son imprescindibles
para incrementar reservas y excedentes regulables en
la Cuenca del
Ebro y justificar técnicamente el posterior trasvase.
Ahora viene la cuestión
más ardua: ¿sería lógico que, viendo tan clara la
jugada, accedamos los
aragoneses a recrecer Yesa hasta el nivel máximo,
inundando nuestros
pueblos y permitiendo que el Gobierno central regionalice
la enorme inversión y nos la venda encima como un
favor? Puestos a
gastar cientos de miles de millones, ¿no sería mejor
hacerlo en infraestructuras
más urgentes y rentables económica y socialmente?
Porque, por otro
lado, el Pacto del Agua es mucho más que Jánovas,
Santaliestra, Yesa
o Biscarrués. Es una filosofía que reconoce los
derechos de la gente afectada
por las obras de regulación; es una propuesta para
modernizar los regadíos,
depurar las aguas y hacer más eficiente la gestión
de los recursos
hidráulicos; y es también un listado de pequeños y
medianos pantanos
así como de balsas de regulación lateral que nadie
discute y que serían
esenciales para acometer riegos de interés social y
salvar de la despoblación
comarcas de la Margen Derecha.
Un nuevo Pacto del Agua
no sólo es posible, sino que es necesario. Así como
una estrategia para
ponerlo en marcha mediante un simple y obvio procedimiento:
hágase de inmediato aquello que no plantea conflicto
y tomémonos con
calma las cuestiones más polémicas. Cédase desde
todos los lados y
hagamos un verdadero Pacto aragonés al margen y en
contra del trasvase.
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