Verán
ustedes: yo soy un periodista de la vieja escuela, y creo
que cualquier persona que me haga la merced de echarse al
coleto mis artículos adquiere de inmediato el derecho a
opinar de ellos lo que le plazca, y a refutarlos,
criticarlos e incluso pensar de su autor cualquier cosa fea.
De todas maneras procuro evitar polémicas al respecto.
Respeto tanto a los lectores que no deseo discutir con
ellos. Otra cosa es cuando lo que me exigen son
aclaraciones, precisiones o datos que avalen lo que he
dicho. Entonces creo obligado dar una explicación adicional.
Por ejemplo ahora, cuando llamadas y mensajes rechazan muy
airadamente mis alusiones recientes al hecho de que en
Aragón se está cultivando arroz en plena sequía.
Bueno pues me han sido facilitados datos de carácter oficial
y resulta que sí, que hay en estos momentos unas 12.500
hectáreas de arrozal divididas entre Monegros (7.000) y
Bardenas (5.500). Son, por cierto, más de las que
corresponden al cupo subvencionable que nos asigna la UE; o
sea, que vamos sobrados. Pongamos que cada una de dichas
hectárea necesita al año 15.000 metros cúbicos de agua;
resulta pues que nuestra producción de arroz se lleva el
equivalente a unas cuatro veces el consumo anual de
Zaragoza. Y estamos, insisto, en la mayor sequía que conoce
la Historia.
Estos son los datos, que supongo deberían hacernos
reflexionar a la hora de discutir sobre qué cultura del agua
nos interesa más. Podría añadir además que los arrozales
revierten a los ríos un líquido fortísimamente salinizado y
contaminado por pesticidas y abonos. También quiero
puntualizar que en Aragón se produce hoy el mejor arroz
redondo (el de las paellas) de España y buena parte del
extranjero. En mi despensa nunca falta El Brazal y, si hay
suerte, alguno de los saquitos de tela donde envasa la
Cooperativa de Ejea. Pero, claro, da pavor pensar a qué
precio real nos está saliendo cada uno de esos exquisitos
granos. Esta es la cuestión.
|