El
Pacto
José Luis
Trasobares
Como diría aquel monseñor, el Pacto del Agua no es
texto evangélico ni palabra de Dios ni dogma de fe.
Puede ser revisado, corregido y ampliado, que no pasa
nada. De hecho, el susodicho Pacto ha sido ignorado y
traicionado desde el primer día en su espíritu, en
su letra y en sus plazos de ejecución. Ni cuando pasó
a ser Ley por obra y gracia del Parlamento tuvo
vigencia alguna. Sobre este asunto, los aragoneses
discutimos mucho, pero decidimos poco o nada. ¿A qué
viene, entonces, tanto estrés?
El Pacto del Agua fue obra del famoso sociata Antonio
Aragón cuando estuvo de presidente de la
Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE). Y no se
lo inventó porque sí, sino para ponerle vaselina al
Plan Hidrológico trasvasista que preparaba Borrell.
Desde ese punto y hora, este tema va como el Guadiana,
que desaparece en tiempos de calma acuática y
reaparece a bombo y platillo en cuanto amaga el
trasvase. Parece el Pacto en cuestión la sota de los
trileros, que si está aquí, o ahí, o allá. Ojo que
lo digo sin ánimo de ofender a nadie, pero es que, en
política de aguas, cuando el río no viene turbio,
viene revuelto. Fíjense lo del tal Aragón, que de
presidir la CHE se fue casi directo al estarivel por
los barros que ya traía de Navarra. Y, salvando las
muchas distancias, el ministro Matas, que nos
ha endiñado el Plan Hidrológico del PP, no para de
jugar al escondite con el fiscal que investiga la
presunta compra de votos en Formentera. Eso sin hablar
de las Confederaciones Hidrográficas, bastantes de
cuyos altos cargos técnicos van y vienen de los
despachos oficiales a sus consultings, en un
curioso ejercicio de ubicuidad.
El Pacto del Agua no debe ser el cepo en el que Aragón
quede acogotado mientras le clavan el trasvase del
Ebro, ni el instrumento del torpe chantaje que
pretende el PP. Recupérese como factor de consenso y,
si hay que volver a discutir algún embalse, se
discute (¡ese bestial recrecimiento de Yesa!). Que,
como todo en la vida, hay pantanos... y pantanos. A
estas alturas, tampoco íbamos a confundir a la madre
Teresa de Calcuta con el padre ecónomo de la Diócesis
de Valladolid.
|