Desde
aquel 8 de Octubre de 2000 en que el Gobierno de
Aragón llamó a la ciudadanía a manifestarse
en contra del Plan Hidrológico Nacional en
Zaragoza, el camino recorrido en pro del
entendimiento entre los aragoneses es nulo. Ni
los razonamientos científicos, ni las
sentencias de los tribunales en contra de
Santaliestra han conseguido que el Pacto del
Agua sea objeto de una rigurosa relectura.
Marcelino Iglesias y José Ángel Biel siguen
haciendo oídos sordos a esta realidad, siguen
pidiendo agua sin atender a más razones que a
las de los viejos planteamientos y, de nuevo el
23 de Abril, convocan a los aragoneses a
rechazar el trasvase del Ebro haciendo de la
unidad en el
“no” al trasvase el esparadrapo con
el que nos quieren tapar la boca a quienes, además,
queremos evitar que otros ríos sean maltratados
y que, en ese uso indebido del agua, se acentúen
las diferencias dentro de Aragón. Y en este
contexto, personalmente me pregunto a quién
beneficia realmente esta manifestación del día
23 y comprendo a los montañeses que optan por
no sumarse a la misma. También cuestionamos el
calificativo de prudente, que tantas veces se ha
aplicado a nuestro Presidente Autónomo, ya que
la prudencia aconsejaría una moratoria en las
obras del Pacto del Agua, en vez de la urgencia
que se les quiere imprimir y que nosotros
percibimos como un temor –un temor muy
justificado- a que finalmente las graves
irregularidades en que incurren todas ellas,
impidan su ejecución, con el consiguiente
desencanto tanto para quienes han vivido engañados
con las promesas de unos regadíos utópicos,
como para quienes suspiran por un filón de agua
para traficar con ella.
La
expresión “Nueva Cultura del Agua” cada vez
gusta más a nuestros políticos y a los
representantes de los sindicatos mayoritarios,
aunque se limitan a utilizarla como una falsa
etiqueta de modernidad con la que disimulan su
escaso interés en profundizar en cómo hacer
del agua un elemento que aporte riqueza y
bienestar principalmente en su propio
territorio. Nosotros nos sentimos defraudados y
discriminados porque en las concentraciones en
las que se aboga por la unidad, si alguien acude
a manifestarse contra el trasvase reclamando el
Pacto del Agua, se considera que tiene todo el
derecho del mundo a expresarse así, pero si
nosotros vamos a defender el Ebro y, además,
oponiéndonos al Pacto del Agua, a eso se le
llama separatismo y radicalismo. Las vías de diálogo
-aparte de alguna voluntariosa iniciativa de
mediación cuyos frutos aún están por ver-,
siguen sin existir, pese a lo cual nosotros
estamos ganando importantes apoyos, gracias a
nuestra constancia y a la convicción en que es
posible un desarrollo para todas las comarcas
sin que nadie quiera destruir al vecino. En este
sentido, la reciente intromisión de Jaume Matas
por el Pirineo es una lección para que el
Gobierno de Aragón sepa que si él no atiende a
ese territorio, alguien desde la Moncloa sí está
dispuesto a hacerlo y a buen seguro que no será
en solidaridad con nuestra Comunidad.
Pero
si algo tenemos claro todos los aragoneses es
que el Pacto del Agua va indisolublemente unido
al Plan Hidrológico Nacional y su obra puntera,
el trasvase del Ebro. Para unos porque opinan
que regular los ríos -como se pretende hacer
con los macroembalses-, es demostrar que en Aragón
no sobra agua y, por tanto, no es viable el
trasvase del Ebro. Para otros -Coagret entre
este segundo grupo-, porque en el bando
diametralmente opuesto, argumentamos que esos
macroembalses son los grandes depósitos que
garantizan los caudales a trasvasar.