El siempre
caudaloso manantial de noticias hidráulicas nos ha traído
este verano movimientos del PSOE en relación a la cota de
Yesa y algunas
cartas sobrecargadas de
calificativos y de intenciones de su Secretario General
zaragozano,
señor Lambán.
Desde
Coagret contemplamos con agrado y esperanza la evolución que
parecen experimentar los partidos del gobierno aragonés y
otras fuerzas sociales próximas, en el sentido de aceptar
que ha llegado un tiempo nuevo a la política de aguas. Una
política centrada en la gestión de la demanda en detrimento
de la ampliación de la oferta, en la racionalidad económica
más que en la hipersubvención, en el equilibrio territorial
-también en el propio Aragón- y en la sostenibilidad de los
ecosistemas de toda la cuenca del Ebro que nos proporcionan
tantos servicios ambientales imprescindibles para nuestro
bienestar. Es la Nueva Cultura del Agua que de forma
imparable se va abriendo paso en amplios sectores de la
sociedad aragonesa y que da la impresión de que dichos
partidos -en una postura sensible e inteligente- están
incorporando con no pocas dificultades. Esperamos con gran
interés a que esa nueva actitud se materialice pronto en
decisiones de gobierno y proyectos viables.
Este
cambio en la política de aguas –de momento más asumido por
el poder judicial y la Unión Europea que por el poder
político y el mediático- está generando reacciones crispadas
e incluso agresivas en algunos sectores que no lo comprenden
y lo califican de judicialización de la política hidráulica
o de esperpento. Son reacciones que surgen siempre en
momentos de cambio social y político y que a la postre
resultan perdedoras, como la de azuzar enfrentamientos
indeseables y más virtuales que reales entre el mundo rural
y el urbano o el Llano y la Montaña. No es ese el camino.
Se han
cometido demasiados errores y se ha perdido demasiado tiempo
obcecándose con propuestas de regulación estructuralistas
que no tenían cabida: véase Campo, Comunet, Embún, Jánovas,
Santaliestra y previsiblemente Yesa y Biscarrués,
postergándose otras consensuadas y que ya estarían
funcionando. Con regadíos decimonónicos en Monegros que la
U.E. recortó por razones medioambientales. Con posturas
hostiles como las de Riegos del Alto Aragón de impedir a los
vecinos de El Grado instalar una piscifactoría ¡en su propio
río! O las ambiciones del presidente de Bardenas de
mercadear con los levantinos el agua de Yesa recrecido.
Y últimamente, el
bloqueo de las cúpulas de regantes
y el PP al consenso entre regantes y montañeses que se logró
en la Iniciativa Social de Mediación. Confiamos en que el
cambio que lidere el nuevo gobierno barra tales actitudes
irresponsables de enfrentamiento, favoreciendo un clima de
diálogo noble y profundo entre las partes.
Debemos
señalar un elemento que desde la Montaña se considera clave
para desatascar el conflicto hidráulico: desterrar del
inconsciente colectivo aragonés la idea de que a los
regantes les asiste el “derecho natural” a disponer de las
aguas y valles pirenaicos para su desarrollo. Era la
filosofía de la Ley de 1915, que hoy en día ya no cabe en la
Constitución ni en la U.E. y está siendo frenada en los
tribunales. Recientemente, un regante esforzado nos
explicaba que para él disponer de un embalse en cabecera era
como tener unos ahorros en el banco para contingencias.
“Claro que sí” le dijimos, “a nosotros también nos da mucha
seguridad tener un buen colchón de ahorros. Pero para
obtenerlo no podemos disponer de la cuenta corriente del
vecino y vaciarla a la cota que se nos antoje para
llenar la nuestra”. Coincidimos en ello ambas partes. Por
eso pensamos que la propuesta de cota intermedia de Yesa se
mantiene en la misma obsoleta filosofía: la subordinación
del Pirineo a los
planes de regadío y la
ausencia de una política de aguas específica para la
Montaña, con planes de conservación y aprovechamiento
turístico de los ríos, por ejemplo. Esmérese en ello el
gobierno, sin confundirla con las inaceptables
compensaciones. Contribuya a desplegar el potencial de la
zona sacando partido a los múltiples valores del agua -ahí
están los baños de Tiermas- y a fijar la población, fuera de
muros absurdos y técnicamente inviables.
Es
necesario que las propuestas del cambio sean imaginativas y
audaces. Que desarrollen la gran capacidad de regulación de
caudales y de modernización que tienen las zonas de regadío.
Que canalicen las ayudas públicas hacia el regante pegado al
terreno. Que compatibilicen la riqueza generada mediante el
regadío con la supervivencia de los ecosistemas esteparios,
pirenaicos y deltaicos (no hay que olvidar que la expansión
compulsiva del regadío es la mayor amenaza para el delta y
valle del Ebro, más que el trasvase). Y que propicien la
igualdad de oportunidades a los territorios, partiendo de la
salvaguarda del patrimonio socioeconómico e identitario del
Pirineo y continuando por la aplicación de políticas
activas, no poniendo parches compensatorios.
Ello
permitirá que el Pirineo deje de ver el conflicto del
trasvase como una disputa entre los gobiernos de Madrid y de
Zaragoza por la “apropiación” de las aguas y tierras de sus
valles para destinarlas, bien al servicio del arco
mediterráneo, bien al de las comarcas expectantes, quedando
como convidado de piedra. Sólo así se encenderá la esperanza
en un territorio que se siente tan ingratamente tratado a
pesar de su dolorosa contribución al bienestar común. |